lunes, 18 de octubre de 2010

SIN AZUCAR / PEDRO MAINO

Llegué unos minutos ante de lo habitual para sorprenderla in fraganti, pero fue inútil. El hecho estaba consumado y ella descansaba plácidamente en la cama, mirando la televisión. En momentos como este dudo de la aparente ingenuidad de algunas mujeres y sobretodo de la mía. Resignado, tome la botella casi vacía del refrigerador y fui a preguntarle si es que la había venido a ver alguna de sus hermanas.
– No, ¿por qué me preguntas?
– Porque se tomaron mi Coca-Cola.
– Pero si tú sabes que yo y casi todas las mujeres del mundo no toman Coca Cola normal, solo toman Light, así que probablemente tú te la tomaste y no te diste cuenta.
Y así era todos los días. Tras escuchar alguna explicación de ese tono, es decir, argumentando que solo un bicho raro podría tomar Coca Cola con azúcar a estas alturas de la historia, caminaba rumbo al supermercado. Cuando pienso en los días previos a nuestro matrimonio, en que mis tíos me aconsejaban con respecto a las duras batallas conyugales y la delicada sensibilidad femenina, me da risa. Llevo ya más de seis años viviendo con Isabel y nuestra discusiones no han tenido nada de épicas. No la engaño y aún no me entero si ella lo hace; sus padres y hermanos me caen bien y sus amigas me resultan totalmente indiferentes. Todavía es bonita y si bien no cocina, le da buenas instrucciones a la Martuca para que lo haga. Pero las minúsculas discusiones diarias son tan poco interesantes que empiezo a querer algo más intenso. Por eso, que ella se tome mi Coca Cola y no quiera reconocerlo me parece un buen comienzo para nuestra gran batalla. Si tan solo la descubriera, podría al menos gritarle ¡ladrona! Y así ella tendría que defenderse y luego estaríamos un buen rato gritando por el departamento.
Al día siguiente, llegué antes que Isabel a la casa y desde el baño escuché como vaciaba la botella en el lavaplatos. Al acercarme, acabó reconociéndome que estaba muy gordo y que me hacía mal la Coca Cola. Y como no pude decirle que ella también lo estaba, porque no era cierto, me quede en silencio unos cuantos segundos antes de salir al supermercado.
Mi orgullo herido me obligó a comprar seis latas de Fanta Light.

sábado, 2 de octubre de 2010