martes, 20 de marzo de 2018

Impresiones de un artista / Enrique Swinburn

Impresiones de un artista
(Revista de Bellas Artes Nº 1, Santiago, septiembre de 1889, pp. 7-8)

En más de una ocasión he tenido la suerte de escribir para el público de mi patria las impresiones que recibiera durante mis excursiones artísticas por las cordilleras, selvas del sur y riberas del mar, inspirado siempre, solo por el deseo de generalizar el gusto por la naturaleza y sus bellezas, que proporciona placeres tan puros como grandes y bienhechores al ser humano y sin abrigar jamás pretensión alguna literaria; ahora animado por idénticos propósitos, me atrevo a escribir algo sobre las impresiones de taller; pero, consecuente con mi culto por la naturaleza, conservaré mi puesto como el más humilde de sus intérpretes y para evitar toda personalidad, usaré siempre del plural.
Hay momentos en que el taller de un artista aparece misterioso y digno de ser descrito: uno de ellos es en las primeras horas de la mañana en que la luz alumbra apenas los objetos, filtrándose por entre las cortinas de las grandes ventanas que aún conservan empañados sus cristales por la última helada: es esta la hora que inspira la esperanza del trabajo, es la luz gris, indecisa, que sin embargo, anuncia ya la claridad brillante del día, cuajada de ilusiones y por lo tanto es la hora íntima del artista en que el hombre penetra en el santuario del arte para abandonarse de lleno a su vocación y transformarse en intérprete de la naturaleza y de sus propios sentimientos, que siempre será esto el artista sincero, pues aquellos que solo pretenden reproducirla no cumplen con su misión por faltarles lo esencial que es la individualidad de sentimientos y además siempre la reproducirán mal, como que tal reproducción exacta es de todo punto imposible; por esta razón dejemos esta hora y las ideas que sugiere para otra ocasión e igual cosa hagamos con el día que ambas nos darán tema para borronear papel a su debido tiempo; ahora deseamos charlar a nuestros lectores con abandono y confianza en esa hora suave e impregnada de melodía, de colorido vigoroso y sombras misteriosas, cuando ocultándose el sol en el horizonte, pintan sus rayos en la húmeda atmósfera el color rico y brillante de la gloria y los tonos delicados del amor, palpitante todo de amor y de vida…
Pocos de nuestros lectores habrán conocido la vida íntima de un taller y menos serán aún, los que hayan pasado esta hora al lado de un artista, cuando suspendiendo el trabajo del día y arrojando la paleta y los pinceles contempla su obra velada por las sombras y el humo del inseparable habano, que se eleva para perderse quizás como sus ilusiones y sus ensueños. Ahí está el campo de batalla: las huestes reclutadas al aire libre, bajo el sol o desafiando la lluvia, al pie de alta cordillera o allá donde muere la ola del mar; todas en ordenada falange prestan su concurso a la idea, al sentimiento y a la verdad que luchan con el limitado poder humano; mas no vemos allí cadáveres, sino obras que nacen, ni más heridas que el amor propio que reconoce su propio valor, ni otra muerte que la de alguna esperanza bajo el peso del desaliento.
Bello dijo ser esta la hora de la conciencia y del pensar profundo; ahora la del gas y luz eléctrica y para la generalidad tan solo la hora de comer, sin detenerse un instante a pensar y mucho menos a lanzar una mirada a la naturaleza que se adorna con sus más espléndidos efectos. Nada! Time is money y adelante, quien pierde tiempo y en verdad le malgastan sembrando aburrimiento para más tarde porque muchos, desconociendo la benéfica influencia de la ciencia, la literatura y las artes, dejan sin cultivo sus sentimientos; vienen las canas y estas no cubren ideas generosas, sino recuerdos pueriles y quizás vergonzosos de un pasado que no volverá y que más valiera no recordar; pero dejemos un instante a la humanidad y sin prestar oído al sordo rumor de la ciudad que llega hasta nosotros, elevemos la vista para admirar la parte más bella de la creación y la más perfecta, ese cielo, que como la mujer al hombre es para el orbe, complemento magnífico, que hoy luce diáfano y tranquilo para mañana conmoverse con hórrida tormenta, pero sin jamás perder su perfección que no admite nada extraño a las leyes omnipotentes del creador.
Cuán pocos son los hombres que contemplan el cielo y qué grandes enseñanzas encierra; qué grandeza al alcance del más infeliz de los mortales, pues todos con solo elevar la frente le poseen.
Estudiemos un momento ese sublime pasaje de la tierra al éter, al infinito.
No hace mucho tuvimos la suerte de escuchar en los salones del Club del Progreso, una conferencia sobre la predicción del tiempo dada por el profesor de física don Luis Zegers y realmente gozamos escuchándola, pues en ella vimos que la verdad austera científica no desvanecía ni una sola de las ideas que nos inspirara la contemplación artística del cielo y convencernos también que un hombre de talento podía perfectamente hermanar a la ciencia el sentimiento artístico.
Para un paisajista nada más conveniente que estudiar con detención y cuanto sea posible las ciencias naturales y en especial la física, pues muchos, todos hablamos de atmósfera en un cuadro y cuántos son los que se dan cuenta cabal de lo que esto significa. Permítasenos unas pocas palabras sobre este tema: Siempre en el aire hay suspendida una cantidad variable de humedad que se altera obedeciendo al frío o al calor reinante y esas pequeñas nubecillas que a diez mil metros de altura, que apenas percibimos en forma de rayas paralelas en la bóveda celeste, se componen de pequeñísimas partículas de hielo y las vemos al través de esos diez mil metros de oxígeno, nitrógeno y demás componentes del aire, perfectamente transparente a la simple vista; pero que, conteniendo esa humedad suspendida le hace más o menos opaco y participar siempre a todas las nubes del tono general de la atmósfera sobre y en que se encuentran suspendidas y sumergidas.
Ampliaremos, diciendo que puede un cielo componerse de muy variados colores repartidos entre las nubes y partes despejadas de ese cielo, pero guardarán armonía en el tono, porque este lo da la atmósfera y la luz y hemos dicho, sobre y en que están las nubes, pues en verdad se ciernen sumergidas en el elemento atmosférico lo que les da ese encanto de suavidad en los contornos y vaguedad en las sombras y luego esa multitud de valores que hacen del cielo aún despejado, una verdadera bóveda transparente.
Un ave se cierne en el cielo y dándonos una nota acentuada en él nos hace realizar esa cualidad de la transparencia del más allá y a la vez la resistencia de ese elemento que le sostiene, mientras se eleva en acompasados giros. Esta transparencia sola, encierra la dificultad más inmensa que tiene un artista que vencer, disponiendo solamente de una superficie plana y unos cuantos colores para imitarla y luego; si pretendemos imitar esa gloria del cielo al ponerse el sol qué haremos, sino admirar con toda nuestra alma esa magnificencia y trasladar a la tela nuestra emoción, traspuesta a una gama más baja para poderla en parte realizar con los mezquinos medios a nuestro alcance.

Septiembre 14 de 1889

ENRIQUE SWINBURN


Impresiones de un artista
(Revista de Bellas Artes Nº 3, Santiago, diciembre de 1889, pp. 78-79)

(Continuación)

Muy reducidos en número son los cuadros en que el cielo no ocupe un lugar, sino importante, por lo menos de gran interés y, aunque un cielo sereno conviene a una composición en que las líneas del paisaje sean numerosas y muy variadas, en cambio, una escena cualquiera, aun la más sencilla, adquiere interés cuando las nubes suavizan los contornos de un horizonte quizás demasiado seco y duro, cubriendo también algún punto inconveniente a la composición y ofreciendo variedad en la sombra y luz y sombras proyectadas y además una espléndida manera de dar perspectiva al cielo, tanto lineal como aérea.
Todas estas ventajas ofrece un cielo con nubes; pero serán estas nulas y aun contraproducentes si el artista, al aprovechar de ellas, no es sincero, porque solo el estudio directo del natural y estoqueado por una inteligencia conocedora de todas las leyes científicas, puede aspirar a reproducir algo semejante a la naturaleza; pues es ya un hecho perfectamente comprobado que pueden nacer talentos que tengan aptitudes admirables para el color y el dibujo o claro-oscuro; pero que tratándose del paisaje o marina, cometen las inexactitudes más grandes y aun siendo fieles copistas del natural llegan a cometerlas y esto de una manera muy sencilla, porque no siendo posible la reproducción instantánea del natural y demorando un estudio cualquiera al aire libre varias horas, necesariamente mientras se lleva esta a cabo el cielo sufre grandes variaciones y aun en el caso de una lluvia continuada, pues más de una vez sucede que durante el curso de un temporal desfilan ante nuestra vista varias clases de nubes y si el artista que las estudia pintándolas, no conoce las leyes físicas, pintará lo que ve en ese momento y recordando lo que acaba de ver y sigue después viendo y por resultado final tendremos un espléndido disparate, porque será magnífico tal vez como color pero una solemne mentira de las leyes de la naturaleza y si a los grandes pintores antiguos podemos, en medio de nuestra admiración por su genio artístico, perdonar su falta de conocimientos científicos, ahora al artista moderno se exige exactitud y verdad unidos al sentimiento artístico y por lo tanto, una ilustración tan vasta como verdadera.
            A la vez que se cultiva el gusto artístico en un pueblo para elevar sus sentimientos, morigerar sus costumbres y ofrecerle vastísimo campo de goces intelectuales, con ello también se despierta el patriotismo más sano perpetuando en obras de arte, los hechos gloriosos de su historia, las costumbres y progreso de sus habitantes y las bellezas naturales que el país encierra y en Chile más que en ninguna nación, la mayor parte de su historia se ha desarrollado al aire libre en el magnífico escenario de los Andes o sobre las hermosas ondas del Pacífico. Entre los padres de la Patria que nos dieron la libertad y nosotros entre hoy y la época de la conquista, nada se interpone sino el tiempo. Esos mismos majestuosos Andes formaban el fondo de ese cuadro admirable de un puñado de españoles al mando de Pedro de Valdivia cruzando desiertos y selvas y ríos desconocidos para llegar al Huelén y fundar a Santiago y esos mismos Andes hacen ahora de perspectiva a los campos cultivados que cruza la locomotora llevando consigo el bienestar y el progreso; y las mismas aguas transparentes del Pacífico reflejan ahora con cariño los colores queridos de nuestra bandera, como lo hicieron a principios de este siglo, cuando, envuelta en el humo del combate, fue izada para no arriarse jamás.
De aquí, la necesidad imprescindible de que la naturaleza en Chile merezca toda nuestra atención y todo estudio, pues además de estar llamada a formar gran parte de nuestro arte histórico será también una de nuestras más grandes glorias cuando, reproducida con verdadera ejecución artística y patriotismo en el corazón del artista, numerosos cuadros la den a conocer en toda su exuberancia espléndida de efectos, conquistando simpatía y admiración en el orbe civilizado para Chile, que por su extensa longitud, abarca todos los climas y todas las bellezas naturales que ofrece un país limitado por las cordilleras más grandiosas del mundo y el océano más variado y rico de color y luz en sus costas, sobre el que luce un cielo ya diáfano y transparente, gris delicado o azul tropical, ya opaco y misterioso o sombrío y amenazador.

Diciembre 2 de 1889

ENRIQUE SWINBURN