Impresiones de un artista
(Revista de
Bellas Artes Nº 1, Santiago, septiembre de 1889, pp. 7-8)
En más de una ocasión he tenido la suerte de escribir para el público de mi
patria las impresiones que recibiera durante mis excursiones artísticas por las
cordilleras, selvas del sur y riberas del mar, inspirado siempre, solo por el
deseo de generalizar el gusto por la naturaleza y sus bellezas, que proporciona
placeres tan puros como grandes y bienhechores al ser humano y sin abrigar
jamás pretensión alguna literaria; ahora animado por idénticos propósitos, me
atrevo a escribir algo sobre las impresiones de taller; pero, consecuente con
mi culto por la naturaleza, conservaré mi puesto como el más humilde de sus
intérpretes y para evitar toda personalidad, usaré siempre del plural.
Hay momentos en que el taller de un artista
aparece misterioso y digno de ser descrito: uno de ellos es en las primeras
horas de la mañana en que la luz alumbra apenas los objetos, filtrándose por
entre las cortinas de las grandes ventanas que aún conservan empañados sus
cristales por la última helada: es esta la hora que inspira la esperanza del
trabajo, es la luz gris, indecisa, que sin embargo, anuncia ya la claridad
brillante del día, cuajada de ilusiones y por lo tanto es la hora íntima del
artista en que el hombre penetra en
el santuario del arte para abandonarse de lleno a su vocación y transformarse
en intérprete de la naturaleza y de sus propios sentimientos, que siempre será
esto el artista sincero, pues aquellos que solo pretenden reproducirla no
cumplen con su misión por faltarles lo esencial que es la individualidad de
sentimientos y además siempre la reproducirán mal, como que tal reproducción
exacta es de todo punto imposible; por esta razón dejemos esta hora y las ideas
que sugiere para otra ocasión e igual cosa hagamos con el día que ambas nos
darán tema para borronear papel a su debido tiempo; ahora deseamos charlar a
nuestros lectores con abandono y confianza en esa hora suave e impregnada de
melodía, de colorido vigoroso y sombras misteriosas, cuando ocultándose el sol
en el horizonte, pintan sus rayos en la húmeda atmósfera el color rico y
brillante de la gloria y los tonos delicados del amor, palpitante todo de amor
y de vida…
Pocos de nuestros lectores habrán conocido la vida
íntima de un taller y menos serán aún, los que hayan pasado esta hora al lado
de un artista, cuando suspendiendo el trabajo del día y arrojando la paleta y
los pinceles contempla su obra velada por las sombras y el humo del inseparable
habano, que se eleva para perderse quizás como sus ilusiones y sus ensueños.
Ahí está el campo de batalla: las huestes reclutadas al aire libre, bajo el sol
o desafiando la lluvia, al pie de alta cordillera o allá donde muere la ola del
mar; todas en ordenada falange prestan su concurso a la idea, al sentimiento y
a la verdad que luchan con el limitado poder humano; mas no vemos allí
cadáveres, sino obras que nacen, ni más heridas que el amor propio que reconoce
su propio valor, ni otra muerte que la de alguna esperanza bajo el peso del
desaliento.
Bello dijo ser esta la hora de la conciencia y del
pensar profundo; ahora la del gas y luz eléctrica y para la generalidad tan
solo la hora de comer, sin detenerse un instante a pensar y mucho menos a
lanzar una mirada a la naturaleza que se adorna con sus más espléndidos
efectos. Nada! Time is money y
adelante, quien pierde tiempo y en verdad le malgastan sembrando aburrimiento
para más tarde porque muchos, desconociendo la benéfica influencia de la
ciencia, la literatura y las artes, dejan sin cultivo sus sentimientos; vienen
las canas y estas no cubren ideas generosas, sino recuerdos pueriles y quizás
vergonzosos de un pasado que no volverá y que más valiera no recordar; pero
dejemos un instante a la humanidad y sin prestar oído al sordo rumor de la
ciudad que llega hasta nosotros, elevemos la vista para admirar la parte más
bella de la creación y la más perfecta, ese cielo, que como la mujer al hombre
es para el orbe, complemento magnífico, que hoy luce diáfano y tranquilo para
mañana conmoverse con hórrida tormenta, pero sin jamás perder su perfección que
no admite nada extraño a las leyes omnipotentes del creador.
Cuán pocos son los hombres que contemplan el cielo
y qué grandes enseñanzas encierra; qué grandeza al alcance del más infeliz de
los mortales, pues todos con solo elevar la frente le poseen.
Estudiemos un momento ese sublime pasaje de la
tierra al éter, al infinito.
No hace mucho tuvimos la suerte de escuchar en los
salones del Club del Progreso, una conferencia sobre la predicción del tiempo
dada por el profesor de física don Luis Zegers y realmente gozamos
escuchándola, pues en ella vimos que la verdad austera científica no desvanecía
ni una sola de las ideas que nos inspirara la contemplación artística del cielo
y convencernos también que un hombre de talento podía perfectamente hermanar a
la ciencia el sentimiento artístico.
Para un paisajista nada más conveniente que
estudiar con detención y cuanto sea posible las ciencias naturales y en
especial la física, pues muchos, todos hablamos de atmósfera en un cuadro y
cuántos son los que se dan cuenta cabal de lo que esto significa. Permítasenos
unas pocas palabras sobre este tema: Siempre en el aire hay suspendida una
cantidad variable de humedad que se altera obedeciendo al frío o al calor
reinante y esas pequeñas nubecillas que a diez mil metros de altura, que apenas
percibimos en forma de rayas paralelas en la bóveda celeste, se componen de
pequeñísimas partículas de hielo y las vemos al través de esos diez mil metros
de oxígeno, nitrógeno y demás componentes del aire, perfectamente transparente
a la simple vista; pero que, conteniendo esa humedad suspendida le hace más o
menos opaco y participar siempre a todas las nubes del tono general de la
atmósfera sobre y en que se encuentran
suspendidas y sumergidas.
Ampliaremos, diciendo que puede un cielo
componerse de muy variados colores
repartidos entre las nubes y partes despejadas de ese cielo, pero guardarán
armonía en el tono, porque este lo da la atmósfera y la luz y hemos dicho,
sobre y en que están las nubes, pues en verdad se ciernen sumergidas en el
elemento atmosférico lo que les da ese encanto de suavidad en los contornos y
vaguedad en las sombras y luego esa multitud de valores que hacen del cielo aún
despejado, una verdadera bóveda transparente.
Un ave se cierne en el cielo y dándonos una nota
acentuada en él nos hace realizar esa cualidad de la transparencia del más allá
y a la vez la resistencia de ese elemento que le sostiene, mientras se eleva en
acompasados giros. Esta transparencia sola, encierra la dificultad más inmensa
que tiene un artista que vencer, disponiendo solamente de una superficie plana
y unos cuantos colores para imitarla y luego; si pretendemos imitar esa gloria
del cielo al ponerse el sol qué haremos, sino admirar con toda nuestra alma esa
magnificencia y trasladar a la tela nuestra emoción, traspuesta a una gama más
baja para poderla en parte realizar con los mezquinos medios a nuestro alcance.
Septiembre 14 de
1889
ENRIQUE SWINBURN
Impresiones de un artista
(Revista de
Bellas Artes Nº 3, Santiago, diciembre de 1889, pp. 78-79)
(Continuación)
Muy reducidos en número son los cuadros en que el cielo no ocupe un lugar,
sino importante, por lo menos de gran interés y, aunque un cielo sereno
conviene a una composición en que las líneas del paisaje sean numerosas y muy
variadas, en cambio, una escena cualquiera, aun la más sencilla, adquiere
interés cuando las nubes suavizan los contornos de un horizonte quizás
demasiado seco y duro, cubriendo también algún punto inconveniente a la
composición y ofreciendo variedad en la sombra y luz y sombras proyectadas y
además una espléndida manera de dar perspectiva al cielo, tanto lineal como
aérea.
Todas estas ventajas ofrece un cielo con nubes;
pero serán estas nulas y aun contraproducentes si el artista, al aprovechar de
ellas, no es sincero, porque solo el estudio directo del natural y estoqueado
por una inteligencia conocedora de todas las leyes científicas, puede aspirar a
reproducir algo semejante a la naturaleza; pues es ya un hecho perfectamente
comprobado que pueden nacer talentos que tengan aptitudes admirables para el
color y el dibujo o claro-oscuro; pero que tratándose del paisaje o marina,
cometen las inexactitudes más grandes y aun siendo fieles copistas del natural
llegan a cometerlas y esto de una manera muy sencilla, porque no siendo posible
la reproducción instantánea del natural y demorando un estudio cualquiera al
aire libre varias horas, necesariamente mientras se lleva esta a cabo el cielo
sufre grandes variaciones y aun en el caso de una lluvia continuada, pues más
de una vez sucede que durante el curso de un temporal desfilan ante nuestra
vista varias clases de nubes y si el artista que las estudia pintándolas, no
conoce las leyes físicas, pintará lo que ve en ese momento y recordando lo que
acaba de ver y sigue después viendo y por resultado final tendremos un
espléndido disparate, porque será magnífico tal vez como color pero una solemne
mentira de las leyes de la naturaleza y si a los grandes pintores antiguos
podemos, en medio de nuestra admiración por su genio artístico, perdonar su
falta de conocimientos científicos, ahora al artista moderno se exige exactitud
y verdad unidos al sentimiento artístico y por lo tanto, una ilustración tan vasta como verdadera.
A la vez que se cultiva el
gusto artístico en un pueblo para elevar sus sentimientos, morigerar sus
costumbres y ofrecerle vastísimo campo de goces intelectuales, con ello también
se despierta el patriotismo más sano perpetuando en obras de arte, los hechos
gloriosos de su historia, las costumbres y progreso de sus habitantes y las bellezas
naturales que el país encierra y en Chile más que en ninguna nación, la mayor
parte de su historia se ha desarrollado al aire libre en el magnífico escenario
de los Andes o sobre las hermosas ondas del Pacífico. Entre los padres de la
Patria que nos dieron la libertad y nosotros entre hoy y la época de la
conquista, nada se interpone sino el tiempo. Esos mismos majestuosos Andes
formaban el fondo de ese cuadro admirable de un puñado de españoles al mando de
Pedro de Valdivia cruzando desiertos y selvas y ríos desconocidos para llegar
al Huelén y fundar a Santiago y esos mismos Andes hacen ahora de perspectiva a
los campos cultivados que cruza la locomotora llevando consigo el bienestar y
el progreso; y las mismas aguas transparentes del Pacífico reflejan ahora con
cariño los colores queridos de nuestra bandera, como lo hicieron a principios
de este siglo, cuando, envuelta en el humo del combate, fue izada para no
arriarse jamás.
De aquí, la necesidad imprescindible de que la
naturaleza en Chile merezca toda nuestra atención y todo estudio, pues además
de estar llamada a formar gran parte de nuestro arte histórico será también una
de nuestras más grandes glorias cuando, reproducida con verdadera ejecución
artística y patriotismo en el corazón del artista, numerosos cuadros la den a
conocer en toda su exuberancia espléndida de efectos, conquistando simpatía y
admiración en el orbe civilizado para Chile, que por su extensa longitud,
abarca todos los climas y todas las bellezas naturales que ofrece un país limitado
por las cordilleras más grandiosas del mundo y el océano más variado y rico de
color y luz en sus costas, sobre el que luce un cielo ya diáfano y
transparente, gris delicado o azul tropical, ya opaco y misterioso o sombrío y
amenazador.
Diciembre 2 de 1889
ENRIQUE SWINBURN