No hay peligro. Sin embargo, la cueva parece ser el lugar más seguro de todos. Las probabilidades de que alguien quiera venir a un agujero lleno de papel confort y olor a meado son prácticamente nulas. Por eso resisto.
En la playa, una horda de borrachines baila y grita alrededor de unas cuantas muchachas que difícilmente podrán librarse de sus arremetidas. La belleza de la tarde contrasta con el aire desafiante y enloquecido de ese grupo de jóvenes universitarios.
Por eso es que huyo de su delirio para esconderme en el mío. Desde aquí puedo observar con detención sus movimientos y evaluar cada una de sus burdas estrategias de cortejo. Me imagino que todo esto no puede parecerse al amor. De lo contrario, me vería en la necesidad de olvidar mis pretensiones rosadas e ideales para disputar algún pedazo de carne en esa fiesta infernal. No, no; eso no puede ser amor…
El olor de la cueva comienza a trastornarme y siento cada vez más cerca la necesidad de salir.
Cuando estaba a solo metros de ese grupo de bellacos, uno de ellos me grita sonriente: ¡Puta que te demoraste en vomitar, curao culiao!
Eso explica con claridad las razones de mi exilio.
lunes, 31 de enero de 2011
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