Previsión retórica
A veces pienso que fuera conveniente dejar hecho mi discurso funerario. Evitaría así, desde luego, a algún amigo el sacrificio de tener que inventarlo. ¡Es tan difícil!
En la hora solemne del sepelio, cuantas virtudes ofrezca la personalidad y la vida del que la abandona, parecen pálidas al orador, que requiere tintas intensas para perfilar la silueta del que recién se ha disuelto en las sombras de la inexistencia.
Dicen que a cada instante estamos a punto de morir. Si así es, prudente será no tardar un segundo en redactar el discurso necrológico y el testamento. Este último discurso, de carácter netamente económico, me tiene sin cuidado; nada tengo que transmitir como no fuera mi súplica de perdón a mi santa esposa y a mis encantadores hijos, por no dejarles más que mi recuerdo.
Ensayaré, en cambio, el discurso que ha de pronunciarse por boca de algún amigo cuando la mía esté para siempre enmudecida:
“Amigos míos, no hagáis el ridículo ante mí, llorando por el absurdo motivo de que no me veréis más con los ojos del cuerpo.
“¿Es que tenéis cegados los del alma?
“¿Qué os importa que mis células se hayan paralizado y anarquizadas empiecen a desintegrarse, si gracias a ello mi alma flota, etérea, ingrávida, infinitas veces más clarividente?
“Antes de cien años estaremos reunidos.
“Y, ¿qué es ese lapso?
“Para mí –al margen del tiempo– no alcanza a ser ni un solo segundo. Es nada: ya estoy con vosotros.
“¿Qué para los humanos cuenta el tiempo y tendréis que esperar?
“Es cierto. Entonces afligíos por vosotros; mas no por mí.
“Ahora comprendo el error de mi vida. Debí vivir cada instante pensando en este. Si así hubiese sido no habría escrito ni una sola línea. Todas mis energías las habría encauzado para combatir los egoísmos, para reparar las injusticias. Pero, en fin, no sigamos hablando, porque me juzgaréis mal y más de alguno podría pensar: `Con la muerte, Enrique se ha tornado demasiado grave; está muy poco divertido´.
“Y si os dijera: `ahora veo que todo está gobernado por la mano del Creador, y cuanto os parece caprichoso y anárquico, en realidad, integra un inmenso orden´, pensaríais: `Enrique se ha enfatuado con la muerte y quiere dárselas de filósofo´.
“Basta de palabras, pues aun los discursos de los muertos han de ser breves, y volvamos cada uno a su actividad: vosotros a las materiales –aún vuestro pensamiento es denso y grávido– y yo, a mi etérea labor, sublime como aún no la podéis imaginar”.
Acaso es demasiado serio este esbozo de discurso para ser pronunciado en mis funerales. Y si fuera más festivo, tal vez nadie se atrevería a leerlo, o sería mal recibido por los asistentes.
Mejor no haré nada y que nadie diga nada cuando ya nada pueda decir por mí mismo.
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