jueves, 4 de diciembre de 2008

LA CHANCHA EN CIEN


El centro y su agitado tránsito de zapatos perfectamente lustrados y perfumes raros, era para nosotros un misterio. Las caras de los oficinistas se repetían serias y demacradas como las de nuestros profesores, pero al menos a ellos no les estaba prohibida esta mañana y esta ciudad. No necesitaban recreos, caminaban libremente por las calles, mirando de reojo la pornografía de los kioscos y comiendo completos a cualquier hora. No pudimos explicarnos su tristeza. Menos aún, cuando después de leer el diario sentados mirando el río, decidimos no volver al colegio jamás.

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