martes, 30 de septiembre de 2008

DON EUFAN/ PEDRO MAINO

- Don Eufan, ¿todavía no se va?
- No, muchacho. Estoy terminando de anotar algunas cosas.
- Pero si ya son más de las siete.
- Lo sé. Lo que pasa es que hoy vino alguien.
- ¿No me diga? Y vino a comprar o a mirar solamente.
- Las dos cosas, muchacho, las dos cosas.
- Que bueno don Eufan, hacía tiempo que no vendía un bastoncito.
- Bastón, muchacho. Sabes muy bien que no tolero los diminutivos.
- Bueno. ¿Lo espero o se va a ir solo?
- Espérame un minuto que estoy apunto de terminar.

Todos los días venía alguien. Nadie lo veía entrar ni salir, sólo Don Eufan. No acostumbro meterme en asuntos ajenos, pero estas visitas fantasmas que recibía don Eufan son mi entretención. Mi negocio anda lento, como todo, y las horas fatigadas de tanto contar segundos se quedan pegadas en el suelo de mi local. Es cierto que me aconsejaron con antelación que no me metiese en el rubro de los muebles, que la gente ahora los compra en el supermercado. Pero había que intentar, y como era de prever, he perdido casi todo lo que tenía en este sucucho del carajo. Pensar que al local de don Eufan entran más clientes, y eso que vende bastones, ¡ bastones! De todas formas, no puedo irme, tengo un velador de doña Fermina que me comprometí a vendér, sea como sea. Parece que tendré que salir con mis bártulos a la calle y ocupar alguna esquina en la feria de antigüedades de los domingos. Tal vez ahí pueda deshacerme de estos armatostes roñosos que ya nadie quiere. Salvo don Eufan que algunas tardes me viene a ver y se los queda mirando como si alguna vez hubieran decorado su casa de Rumania.
- Ya está, hijo, podemos irnos.

La caminata era corta, pero provechosa. La mirada de Don Eufan está como sumergida y cada vez que decide alzarla descubre cosas increíbles. Es como si nos pudiera ver el culo todo el tiempo. Notó incluso antes que yo, el armario que se me venía dibujando en la cara y la desazón que me curvaba la espalda por levantar el polvo de los muebles. También predijo que la economía no habría de repuntar antes del próximo año y que lo mejor sería continuar apretándose el cinturón.

- Eso es lo único que uno aprende con los años, hijo. Apretarse el cinturón, mutilar silenciosa y rigurosamente los vicios que nos unían con los compañeros. Apretarse el cinturón y emprender el camino ciego hacia la soledad de nuestra propia casa. Apretarse el cinturón para terminar muriendo abotagados y tristes. Ningún amigo quiere compartir una taza de té y un pan con mantequilla después de habernos pasado la vida hablando de fútbol con una botella de cerveza en la mano y con la seguridad en los bolsillos de poder pagar una segunda. Apretarse el cinturón es ir volviendo más estrecha la relación con uno mismo.

Confieso que en la superficie, esas reflexiones no acabaron nunca de ser descifradas totalmente. Pero escucharlo me ayudaba a despegar del universo apolillado de mi trabajo y a no llegar a hacerle preguntas existenciales a mi mujer, que ya sufre con mi sueldo triste y la insatisfacción más triste que acarrea. Ella es dulce y se preocupa de mí y de don Eufan, casi como si fuera yo el marido que soñó y él, el padre que no tuvo. Pero ninguno de los dos podemos conversar con ella. Ella siente nuestro naufragio, lo ve, lo toca, pero no quiere volverlo inteligible, no cree necesario reflexionar en torno a él, detenerse tanto tiempo, refocilarse en el dolor para llegar indefectiblemente a las mismas conclusiones fatídicas. Y nosotros sólo hablamos de eso. Y eso nos distrae de la materialidad de nuestra pobreza, creemos sublimar nuestro fracaso a través de la idea. Ella es dulce y la taza de té y la mano que se queda en mi hombro mientras la tomo me hacen despertar y todavía creer que se puede. Pero apenas abro la boca, ella presintiendo mi letanía me viene con que su madre no pudo venir y que está decididamente encantada con la maqueta que ganó el concurso para el borde costero y que ya deberíamos estar pensando en quien votar para alcalde. Ella, contraria a mí, vive en su ciudad. Valparaíso es como su gran casa y sus preocupaciones pasan de su velador, que está un poco cojo hasta una casa que se derrumbó en el cerro Cordillera a causa de las últimas lluvias. Y después de haber puesto un pedazo de diario debajo de la pata más corta, viaja hasta el siniestro con alguna frazada. Ayudando se ayuda. Así se repite diariamente: Siempre hay alguien que sufre más que uno.
Con don Eufan también hablamos de mi mujer y la suya. Pero en el mismo tono con que hablamos de nuestros negocios y de nuestros estómagos asfixiados. Su mujer se murió, por lo que su condición estática le permite comentar sus atributos casi como sentenciando. Y yo, como mi mujer no deja de moverse, sólo alcanzo a repetir el nombre que ya conoce y uno que otro conflicto, que él minimiza y pone en su lugar. A pesar de lo poco que puedo decirle de mi mujer, siempre me deja la impresión de que le quedó clarísimo, por lo que su explicación final la tomo como un redescubrimiento. Tal vez por eso ella quiere tanto a don Eufan, porque cada vez que me vuelvo del trabajo caminando con él, me la quedo mirando, como tratando de hacer coincidir lo recién dicho con lo visto y ella disfruta pensando que es su peinado nuevo.
- Hasta mañana, don Eufan. Le pediré a la Ximena que le haga un nuevo agujero a mi cinturón, porque ya no puedo apretarlo más.
- Cómprate uno nuevo, Fermín. Ese no creo que resista.
- Debemos esperar hasta el otro año para comenzar a vender. Yo creo que este resistirá.
- Habrás de esperar toda la vida. Dile a Ximena que en la esquina de Victoria con Colón está la casa de don Giovanni. En él puedes confiar. El que traigo puesto me lo hizo hace ya muchos años y todavía me tiene cagado.
- Bueno, sigo su consejo, entonces. Hasta mañana.
- Hasta mañana, hijo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

HUGO DONOSO por Benjamín Morgado

Con una obra se hicieron famosos tres autores
A medida que vayan pasando estas páginas, quedará de manifiesto el hecho de que, a lo largo de la Historia Teatral de Chile, no han sido pocos los que se contentaron con estrenar una sola comedia, ya que algunos no lograron siquiera estrenar un simple monólogo. Aquellos que estrenaron una, y con éxito, se dieron por satisfechos y bien pudieron morirse de felicidad.

No me voy a referir a todos los autores que escribieron una sola comedia. Voy a referirme solamente a tres que lograron éxito sin discusión. Luego, se perdieron tan silenciosos como llegaron. Uno, se malgastó en trasnochadas; otro prefirió convertirse en actor y al tercero se lo llevó prematuramente la muerte. Sus obras, muy de tarde en tarde, se siguen representando, no ya por su calidad, sino más bien por su curiosidad.

Estos tres autores son:

1. Daniel Calder (1855 – 1896)
2. Mateo Martínez Quevedo (1848 – 1923)
3. Hugo Donoso (1898 – 1917)

(…)


HUGO DONOSO

Una de las mayores promesas del teatro chileno se apagó trágicamente a los escasos 19 años. Hugo Donoso, autor de la más difundida obra “Los payasos se van” murió bajo las ruedas de un tranvía cuando salía una noche de una quinta de recreo, que en esos años funcionaba en la Avenida Ossa. El automóvil fue arrollado por el monstruo de acero y su muerte fue instantánea.

En 1916 había estrenado “Los payasos se van” con un éxito delirante, y todo el mundo cifraba las mayores esperanzas en este adolescente que escribía bastante mejor que muchos viejos de su tiempo.

Su muerte dio motivo para que sus amigos publicaran un libro “In Memoriam Hugo Donoso” en cuyo pórtico Rafael Frontaura expresó:

“Los que seguimos siendo los amigos leales de Hugo, hemos querido consagrarle este recuerdo cariñoso. Nadie lo ha olvidado. Está vivo en el corazón de todos nosotros. Y su dulce silueta de chiquillo ilusionado, que ha cobrado el prestigio de la lejanía, cada día se nos hace más amable”.

Roberto Meza Fuentes, Víctor Domínguez Silva, Jorge Hübner Bezanilla, Daniel De la Vega, Ángel Cruchaga Santa María, Antonio Orrego Barros, Pedro Sienna, Carlos Acuña, Andrés Silva Humeres, Lautaron García y otros, le dedicaron sentidos versos. Los prosistas no se quedaron atrás: Ricardo Montaner Bello, Fernando Santiván, Armando Donoso, Eduardo Barrios, N. Yañez Silva, Germán Luco Cruchaga, Eduardo Moore, Marcial Mora Miranda, Carlos Cariola, Aurelio Díaz Meza, Jorge Délano, Jorge Gallardo Nieto, Roberto Aldunate, rivalizaron en bellas expresiones para dejar constancia del dolor ante el amigo desaparecido.

Quizá la despedida más patética fue la de Claudio de Alas:

“Y entre tanto que llegó al mar de liz en que navegas, boga poeta… boga en el océano sin rivera de las constelaciones. Y espera, Tú, Hugo Donoso, amigo de mi corazón. Llegaré, niño amigo, llegaré pronto”.

Efectivamente llegó pronto a reunirse con su amigo. Al poco tiempo se fue a la Argentina y allá, en la soledad de su vida, mató primero a su perro y después se disparó un tiro en la cabeza.

EL ARGUMENTO DE LOS PAYASOS SE VAN

Rafael es un joven pintor, muchacho bohemio, enamorado de la vida y de los caminos. Por ir detrás de una linda y coqueta trapecista, ha llegado hasta la casa de sus tíos, enclavada en un polvoriento pueblecito de provincia.

En la casa, para matar el tedio, enamora primero a la empleadita que es cambiada por los tíos por un verdadero esperpento de mujer, para evitar complicaciones. Entonces vuelve los ojos a su prima, una muchacha vivaracha, llena de vida, que todo lo toma a risa:

Rafael. – Sí, prima. Tienes una risa que es una campana de optimismo. Diera toda mi vida porque ese campanario fuera mío.

Chabela. – No digas tontería; pinta, pintorcillo, pinta.

Pero tanto va el cántaro al agua, que Chabela termina enamorada de su primo:

Chabela. – No, abuelito. A Rafael lo atrae otra mujer. Esa, la del circo. Yo no quería creerlo, pero tuve que convencerme.

Cuando el circo termina su temporada y parte, Rafael quiere irse tras la artista, pero un viejo payaso lo saca de su error:

Payaso. – Lo que a ella le agrada es tener un admirador de nombre y de lustre… como usted… con lo cual dar envidia a sus compañeras… pero eso no es amor, eso es aureola. Créame, don Rafael, no lo quiere, no lo quiere…

Finalmente, Rafael comprende que el verdadero amor de su vida está en la paz de ese pueblo y en el corazón de Chabela:

Rafael. – Sí, prima. Yo, que no me atrevía a gritarlo con toda mi fuerza. Cahbela, te quiero… te quiero con todo mi corazón.

Distante, se oye la murga del circo que se aleja…


Revista Occidente, N° 11, Santiago, Julio de 1972

HUGO DONOSO por Jaime González Colville

Estos días de fiestas primaverales, de perfumadas alegrías juveniles, nos trae el aleteo difuso del recuerdo de Hugo Donoso Gaete, aquel dramaturgo adolescente, escritor niño, que murió una tarde de 1917, en medio de la bulliciosa farándula bohemia de esos años.

Desaprensivo y risueño, Hugo Donoso –nacido en Santiago en 1898– dio tempranas muestras de su florido talento, derramando páginas de bella prosa en los periódicos de aquella época: alternó la pluma con la chispeante champagne de la despreocupada bohemia del 900; fue alumno de don Samuel Lillo en el Instituto Nacional. “Alegre, juguetón y ocurrente –diría después el gran poeta– era el centro del grupo bullicioso del curso. Su buen humor salpicado de finas ironías se desbordaba en los trabajos literarios presentados en mi clase”.

Sí; Hugo Donoso bebía ansiosamente la vida; en medio de la música y las risas, giraba su bastón y relampagueaba su clavel rojo; en la medianoche azul, como un trasunto de su alma, tamboreaba una copla, que era su enseña favorita:

“Yo quiero que mi ataúd
tenga una forma bizarra:
la forma de un corazón,
la forma de una guitarra”

Era un remolino de vitalidad: repetía como un lema, una frase usual en él: “La vida es buena, la vida es alegre”.

No alcanzaba todavía los 17 años, cuando se estrenó (1916) en el Teatro Royal su comedia “Los Payasos se Van”, por la Compañía de Manuel Díaz de la Haza; el título era una sonrisa velada por inefable nostalgia. “Es una obra sentimental –dijo don Samuel Lillo– a pesar de toda su apariencia de despreocupación y de ligereza”.

El éxito lo iluminó; la esquiva musa de las letras besó su frente en plena adolescencia, en medio de la noche, del brindis, de la risa y la música.

Utilizaba un seudónimo famoso: Hugonote; bajo esa firma con algo de heresiarca, componía pulcros y frívolos artículos. En los crepúsculos, en el embrujo de las luces, se abría su alma de noctivago y, en cabalgata de corazones, partían a buscar el alma de la medianoche con Armando Moock, Jorge Délano (Coke), Antonio Orrego Barros, Orrego Puelma y otros; en los amaneceres, por las calles vacías del viejo Santiago del 900, como una estrella de tonos plateados, chispeaba la copla de Hugo Donoso:

“Yo quiero que mi ataúd...”

Murió así, en medio de la risa y la broma y en camino a una nueva bohemia de un día domingo de 1917; un lucido automóvil, un carruaje pintoresco de esa época romántica, corría por Avenida Los Guindos, entre gritos y carcajadas; un tranvía, que viene en sentido contrario, salta de su vía y arrolla al coche: allí quedó el cuerpo del pobre Hugo Donoso, entre los de sus acompañantes, helada su sonrisa y abiertos sus ojos al último resplandor de su postrer noche de juerga.

Al día siguiente, la caravana (1) que llenaba de algarabía las avenidas capitalinas de principios de siglo, acompañó silenciosamente los restos del malogrado y promisorio escritor al Cementerio General; allí habló el veinteañero Armando Moock, con su voz llorosa y acento rebelde e impotente: “La risa era tu arma de defensa en las adversidades; con un optimismo inmenso amabas la vida e ibas por el mundo locamente, pregonando su belleza.

Murió la alegría, los bohemios están tristes, los payasos se van…”

Sin embargo, aún quedarían huellas de su quehacer literario: por los días de su muerte, “Zig Zag” había convocado a un concurso de cuentos; entre las composiciones enviadas, apareció una titulada “Pobre Gringo” que mereció mención honrosa*; la firmaba un seudónimo sugerente “Recuérdenme” (escrito en inglés); abierto el sobre, correspondía a Hugo Donoso; Inés Larraín (Iris) habló conmovida del desventurado escritor: “El arte es un acumulador de tiempo, Hugo Donoso ha venido del País de donde ningún viajero vuelve, según el Poeta, a decirnos que vivimos siempre en nuestros sueños”.

Queda de él una fotografía, donde está con ancha sonrisa, jocunda, robusta de vida; en su mano un bastón y sobre su cabeza un sombrero de alegan, símbolos de aquella bohemia ida para siempre; como epitafio, bien vale esta estrofa que él lanzara al viento:

“Yo quiero que mi ataúd…”

(1) Esa noche de 1917, era también de la partida Jorge Délano (Coke) –que aún vive, octogenario– pero un ineludible trabajo para una revista en la que dibujaba, le impidió agregarse a la alegre comitiva; al día siguiente se impuso del accidente, que costó varias vidas de jóvenes, además de la de Donoso: a sesenta años de ese suceso, el ánimo de Coke todavía se consterna al evocar la luctuosa muerte de su inolvidable amigo.

* El concurso de cuentos fue organizado por el Diario La Nación durante los meses de mayo y junio de 1921. Y el cuento de Hugo Donoso se publicó el 31 de julio de 1921 en la portada del periódico junto a un texto de la crítica literaria Iris.

Villa Alegre, Noviembre de 1977.
La Prensa, Curicó, 8 de Diciembre de 1977, p. 3.

HUGO DONOSO por Wilfredo Mayorga




Hubo una vez en Chile un hombre que no tuvo enemigos.

Se llamaba Hugo Donoso.

Era alegre, dicharachero, bondadoso, de nobles sentimientos y caminaba siempre con la alegría a flor de piel.

¡Era leal!

Vivió en la época de oro de Chile: la de las Fiestas de los Estudiantes con disfrazados y serpentinas; carros alegóricos y comparsas; cuando Pepe Martínez, Pedro J. Malbrán, Carlos Cariola y Gustavo Campaña se iniciaban en el teatro dando animación al circo universitario. Había Juegos Florales en la Universidad y Baile de Disfraces en el Club Hípico. Y la política foránea aún no enemistaba a los chilenos.

Sabía pensar alto y sentir hondo y era, además, un muchacho enamorado de la vida.

Escribía en las recordadas revistas “Correvuela” y “Sucesos” y a la sala de redacción de dichos semanarios siempre irrumpía con desparramada alegría.

Se había hecho querer por los hombres de prensa y de teatro. A los 14 años ya había publicado sus primeros artículos periodísticos y a los 19 se seudónimo “Hugonote” era bastante conocido.

Era rubio, estaba de novio y tenía hermanas. Había nacido el 5 de febrero de 1898.

El 20 de julio de 1916, cuando tenía 18 años, don Manuel Díaz de la Maza le estrenó su primera y única obra: “Los payasos se van”, que fue un verdadero triunfo para el muchacho cuyo tema fue llevado al cine posteriormente, por Pedro Sienna, procediendo a su estreno el 17 de mayo de 1921 en el teatro Victoria, cuando el autor ya había fallecido.

En el tema se observa su alma de bohemio al ofrecer a un muchacho que llega a su pueblo aparentemente para visitar la casa de su infancia en la que miran su abuelo con su hija y su nieta. Pero el afán del estudiante de Bellas Artes no es otro que la persecución que viene haciendo a una trapecista del circo que acampa en dicho pueblo.

Se alegran los familiares, la nieta se enamora del bohemio y éste le hace un hermoso retrato. Pero, al replegarse la carpa el estudiante guarda sus pinceles para seguir, tras la caravana del circo. Mas, el abuelo tiene una conversación con el muchacho en la que le hace ver que no está enamorado de la acróbata, sino de su nieta Chabela, del viejo caserón provinciano donde se disfruta de patriarcal y santa paz.

Al día siguiente del estreno del filme, “Las Últimas Noticias” destacó que “en las escenas de la vida bohemia santiaguina se observan las populares figuras de Rafael Frontaura y Víctor Domingo Silva y en las galerías del circo a Armando Moock”.

Un domingo de octubre varios muchachos de teatro y prensa salieron después de un estreno y decidieron comer juntos alejados del centro de la ciudad. Por esa época la ciudad estaba rodeada de lugares de recreo. No había tanta edificación. Todo era semirrural. Nuñoa tenía la Quinta Roma, situada en Avenida Ossa, que por entonces se llamaba Tobalaba. Eran siete y pese a tener tanta nombradía no tenían autos, por lo que decidieron subir a dos taxis. Partieron hacia su destino. Hacia los campos llenos de estrellas y fragancias salvajes de flores y tierra mojada. Al aproximarse a Los Guindos, los tranvías pasaban vacíos y las casas ya habían cerrado sus puertas y al paso de los autos los perros ladraban desde la distancia. De trecho en trecho un ciclista cruzaba frente a los focos.

Al llegar al portón de la Quinta, éste permanecía cerrado. El auto en que viajaba Hugo Donoso se detuvo al frente, sobre la línea del tranvía. El chofer descendió y fue a llamar. Pronto se encendieron las luces.

Sin embargo, los dados estaban echados. El tranvía que venía a Santiago se anunciaba con su foco amarillo. Al contemplar a la distancia que nadie lo esperaba, el maquinista lo dejó correr y fue a sentarse a conversar con el cobrador. Lo hacían habitualmente todos los empleados de esa línea después de las veinte horas.

La puerta iba a ser abierta y el tranvía corría. El chofer esperaba ansioso para entrar al auto. Tampoco podía retroceder porque el otro estaba muy cerca y le faltaba espacio.

Se produjo el choque. Fue monstruoso. Horrible. El automóvil arrastrado por el tranvía fue a dar a una acequia. A Hugo Donoso lo reconocieron por un manojo de cabellos rubios.

Fue el 2 de septiembre de 1917. Había fallecido a los 19 años.

En 1918, Rafael Frontaura recopiló en un libro homenaje los 19 poemas escritos en su memoria y las 23 prosas, que señalaban el hondo pesar provocado entre la intelectualidad.

¡Y eso que apenas había vivido 19 años!



Las Últimas Noticias, 24 de Septiembre de 1979.

martes, 16 de septiembre de 2008

CUANDO SE ES POBRE / PEDRO PRADO




– No. Pero fíjese usted bien. Reste tranquilamente, en alta voz: si a ocho le quito tres, me quedan… ¿cuántas me quedan?... Cinco ¿no es verdad? Bien. Ahora resuelvan estos ejemplos.

Y Rafael, después de escribir en la pizarra algunas sustracciones, dejó la tiza, sopló la yema de sus dedos para hacer volar el polvo blanco que aun quedaba adherido a ellas, y con lentitud, con un movimiento que revelaba cansancio del cuerpo y del espíritu, se sentó, puso trabajosamente los codos sobre el escritorio y ofrecióle apoyo con sus manos a una cabeza coronada por cabellera negrísima que hacia palidecer las facciones.

Se quedó un momento así, sin pensar en nada, cansado, desesperado de esa monótona y fatigosa lucha por un pan que nunca llegaba, para él, en abundancia. Ascendió una de sus manos por la frente ligeramente combada, mientras movía pausado la cabeza, y tomando distraído el lapicero que aun conservaba húmedos los trazos de la pluma, se puso a garabatear rasgos sobre la lista de la clase, en tanto que su mirada vagaba por la sala.

En esa noche de junio la lluvia y el frío habían hecho faltar a muchos obreros; apenas si había unos diez o doce diseminados en los numerosos bancos de la sala amplia y pobre. Enjabelgada con cal, su blancura agregaba más frío a esa cruda noche de invierno. Su decoración consistía en un reloj de péndola, ubicado al fondo, y en uno de los costados un mapamundi viejo, roto, obsequio que con el pomposo nombre de regalo, un colegio rico había querido desembarazarse de un estorbo.

Olor a humedad –vaho que evoca la pobreza– se elevaba de esos hombres y niños que inclinados contra los pupitres trabajaban ansiosos por instruirse.

¡Verdad que cuando más miserable es la pobreza es en el invierno! Siquiera en la estación del oro y del azul, algo de ese oro y de ese azul parece colarse por entre los harapos.

Afuera llovía. Entonaban con sus glú – glú, los cañones de agua – lluvias, la canción del invierno, y de vez en vez una racha de viento hacía tamborilear las gotas en los cristales, colábase por los vidrios quebrados de los tragaluces y en estremecimiento de miedo ante ese beso frío y húmedo hacía temblar las mariposas de luz en los quemadores de gas.

De pronto, en la quietud de la sala, que mecía suavemente el apagado tic – tac del reloj, hubo un sobresalto, un estremecimiento como de dolorosa angustia, y una campanada clara, sonora, pareció flotar un momento, descender luego y acariciando en el temblor de un suspiro el oído de cada uno, dejó en ellos un beso de eterna despedida.

Rafael levantó la vista y sacando su reloj como si alguien le hubiese preguntado, dijo en voz baja:

– El señor Director.

Pero el silbido le molestaba, le volvía nervioso, hasta que poniéndose de pie fue a quitar un poco de luz a ese quemador que se había permitido romper la disciplina de la clase.

Y de nuevo ante su mesa, acariciándose la barbilla, acaso la imagen de esa luz amarillenta que aun hería sus ojos, empezó a alumbrarle algo por ahí dentro, a remover con su brillo el polvo de recodos lejanos, casi olvidados ya, del camino de su vida.

¡Sus padres… su pueblo… su infancia!...

No fue aquella una época de holgura, pero todos los rasguños dolorosos de ese tiempo estaban cubiertos con la pátina del recuerdo, y todo lo brusco, todas las asperezas de aquellos días, se esfumaban al través de tantos velos de sol.

Todo tiempo pasado, lejano, ¡es azul!

¡Oh! ¡El azul de los montes!

Los primeros estudios, allá en la parroquia blanca del pueblo; triunfos que hicieron el orgullo de sus padres; por fin su venida a la capital, sueños de grandeza, de gloria; las fáciles, las hermosas ilusiones lugareñas.

Ya en Santiago, en la Escuela Normal de Preceptores, luchó contra la pobreza, contra su ignorancia, contra esa borrosa melancolía de la tierruca que lo enfermaba. Y después de tanta brega, solo dos meses antes de la prueba final, un sobre de luto, letra ya muy conocida, un presentimiento doloroso, y con la muerte del autor de sus días, recibió por herencia el sostenimiento de su madre enferma y de su hermana. Este pasaje de su vida no lo recordaba bien, lo había visto al través de lágrimas turbias por tanta negrura de amargor disuelta en ellas.

Su padre… lo veía en las claras, inolvidables tardes de verano, en paseos al río, o sentados al lado afuera de la casa; conversaba con él, le infiltraba sanos principios envueltos en un dejo de escepticismo sobre las cosas de esta vida; y cuando el día, a lo lejos, triste acababa, en lentos atardeceres estivales, quedábase en silencio, impregnados en esa melancolía de todo agonizar, y con los últimos resplandores del crepúsculo, íbansele ilusiones, sueños que también tenían sonrosado el color…

En la sala de clase ríanse murmullos, conversaciones ahogadas, pasos silenciosos.

Rafael no sentía, no veía nada. Recorriendo el curso de su existencia, llegó a aquella vez en que vió en una casa vecina a la Escuela, y por entre los hierros de la ventana, una cabeza de niña inclinada sobre maceteros con flores, una cabellera castaña, y al ruido de sus pasos, una flor viva que se yergue, mejillas que se coloran más y más, como baña en los reflejos de púrpura de los claveles, y dos ojos pardos, enormes, húmedos, lo envuelven con su luz.

La casualidad que viene en ayuda, el conocimiento del hermano de su amada, una simpatía mutua, y ya en la intimidad de la casa; en las noches o en los domingos, reunidos bajo la sombra del emparrado, mientras volaban canciones lastimeras prendidas a los gemidos de la guitarra, dejaban hablar a los ojos, oír el corazón.

Pero la enfermedad progresiva de su madre, la opinión del médico del pueblo al decir que el clima de Santiago le probaría bien, le obligaron a tratar de asegurarse una mensualidad fija con que hacer venir, y en seguido atender aquí a su familia. Y primero, clases dominicales a niños ricos y, por último, después de numerosos empeños, el quedarse como ayudante del curso nocturno de la misma escuela, lo alejaron de su amor.

Hacía ya una semana que tenía a su madre en Santiago. Después de la pesada labor diaria velaba con su hermana junto a la cabecera de ese lecho en el que se veía, hundida en el almohadón, una cabeza pequeña, cana, arrugada, de temblorosos labios y en la que apenas si brillaban en el fondo sombrío de las órbitas hundidas dos lucecitas como guareciéndose de algún soplo frío.

La noche anterior Rafael se había quedado dormido en la clase, y el director, conociendo sus aflicciones, le reprendió con suavidad. Comprendía ya que iba siendo incapaz de tanto trabajo, de tanta fatiga inmensa del sufrir.

Pensaba de nuevo en su madre. Esa noche debió haber quedado muy mal, el médico respondía vagamente a sus preguntas.

Si hubiese hecho antes estas clases… ¡ah! ese amor… y, sin embargo, su padre se lo había dicho: el amor y la pobreza no son amigos… pero sus veinte años… ilusiones que habían vuelto a renacer…

Un borracho pasaba por la calle, rozó la ventana; con voz aguardentosa, acompañado por lamentos, notas sueltas de un acordeón que iban entonando la triste canción de la miseria y el vicio.

Como empujada por alguien, en un abrir lento, la ventana del fondo dejó escapar un gemido. Súbita, una ráfaga de viento hizo bailar al mapa viejo que golpeó lastimosamente la pared don su madero a medio desprender.

Rafael levantó la vista; por la ventana entreabierta se veía la calle solitaria, temblorosa tras el velo tejido por la lluvia. A impulsos del viento y como en busca de calor extendían los árboles sus ramas desnudas hacia los faroles, sobre los que cabrilleaban las gotas llevándose aprisionadas, hasta dejarlos en el barro, débiles rayos de esa luz amarillenta.

A lo lejos, el borracho dando traspiés se alejaba cantando. Un nuevo golpe de viento hizo peligrar la luz. Rafael se estremeció, y cruzando por entre las filas de bancos fue a cerrar la ventana.

Tomó el postigo; algunas gotas le alcanzaron. Quiso cerrar, pero alguien se lo impedía desde la calle. Abrió rápido y al ver un busto de mujer que intentaba huir, al sentirse bañado en la luz de esos ojos húmedos, lo comprendió todo… Era su amor, su pobre amor, que inquieto por tan larga ausencia venía a verle, a hablarle, quizás. Y los obreros le verían… Ya se escuchaban algunas risas. Una pena honda, inmensa, lo invadió.

No. Imposible. Más valía concluir para siempre. ¿Acaso no tenía ella también culpa en la gravedad de su madre? ¡Y quien sabe si la pobre a esa hora!..

Mientras algo aleteaba en su pecho y un nudo le oprimía la garganta, sacudió por fin su dolorosa indecisión; ¡dejábase su angustia y su deber! Contrarrestando el impulso que venía de fuera, huyendo la luz de esos ojos, cerró lento el postigo, empujando, alejando de sí, y para siempre, anhelos e ilusiones, ensueños de amor y de alegría.

Y la ventana gimió…

20/06/1906

Hugo Donoso


LOS PAYASOS SE VAN.../ HUGO DONOSO

COMEDIA EN DOS ACTOS
Estrenada el 19 de julio de 1916 en el Teatro Royal de Santiago por la Compañía Díaz de la Haza

ACTO PRIMERO


La escena representa una salita de campo, antigua. Puerta al foro que da al jardín. Ventana con vista al campo. Sillas de mimbre, sofá, mesa de centro. En un rincón el atril de un pintor, con un paisaje a medio concluir. Cajas de pintura, pinceles, etc. Algún desorden.

Doña Mercedes: (Llamando) ¡Luz!... ¡Luz!... ¿estará sorda esta muchacha? ¡Luz!... ¡Luz!...

Luz: ¿Llamaba la señora?

Doña Mercedes: Ya lo creo… Media hora hace que te estoy gritando… ¿Dónde estabas?

Luz: Arreglando la pieza de don Rafael… Viera usted qué confusión… ropa… libros… papeles… cuadros… todo revuelto…

Doña Mercedes : Bueno, bueno… anda a mi pieza y me traes el folletín que está encima del velador… Cuidado con las hojas sueltas…

Luz: Descuide… (Medio mutis)… ¿Cuál de los dos? ¿”El Casamiento de Ultratumba” o “Los siete puñales del Fantasma”?

Doña Mercedes: El que está encima del velador: “El Casamiento…”

Luz: Ah, está bien… (sale contoneándose y cantando a media voz): “Yo he sido cigarrera… Maestra en labores… Y me eduqué en la calle tan renombrada de Embajadores…”

Doña Mercedes: ¡Qué muchacha, Dios mío!... ¡También con musiquitas!... Desde que está mi sobrino todos cantan… ¡Esta chiquilla… malo! Se ha botado a señorita… todo lo pregunta… todo lo quiere saber… ¡Hasta ha pedido una novela para leer en las noches! ¡No faltaba más!

Doña María: (Entrando por la puerta derecha y mirando el cuadro a medio concluir) ¡Jesús! ¡Qué porquería!

Doña Mercedes: Ya estás criticando los cuadros de mi sobrino… ¡Le tienes mala voluntad!

Doña María: ¡Ni lo permita Dios! Lo que tengo es mieo… Desde qu´el llegó anda toa la casa patas arriba… Mucho cuidado, misiá Mercedes, que cuando en una casa se cuela un viento d´esos malos, toítos sufren de aire…

Doña Mercedes: ¡Kjem!... ¡Kjem!...

Doña María: Sí, señora… toítos… En especial los más raquíticos.

Doña Mercedes: ¡Kjem!...

Doña María: Lo ve usted. Ya está con carraspera…

Doña Mercedes: No te pases de maliciosa, vieja… Crees que mi sobrino es un demonio, capaz de perdernos a todos, principiando por mi Chabelita…

Doña María: ¡Kjem!... Ahora me ha bajado a mí la carraspera…

Luz: (Entrando) Aquí está, señora… Parece ser muy bonito…

Doña Mercedes: ¿Y a ti qué te importa?... ¡Vete a tus quehaceres!...

Luz: ¿Quiere la señora que le ponga flores en la pieza de don Rafael?

Doña María: ¡No!... ¡No faltaba más!... Too p´al caballero… ¡Anda a poner la mesa, será mejor!...

Luz: Bueno… (sale canturreando)

Doña María: Miren qué señorita… flores, flores… Ahora que están abotoneando… ¿No lo digo yo?... Too p´al señor… Too pa on Rafaelito… ¡Ni que juese er rey der mundo!...

Doña Mercedes: No digas tonterías, vieja… que Rafael está de visita y hay que atenderlo… Y basta ya da charla que estoy muy interesada en el desenlace de este folletín… (Lee a media voz)

Doña María: (Mirando el suelo) ¡Jesús! ¡Qué revolutis…! Pinceles por aquí, trapos por acá… pinturas por toas partes… ¡Jesús! ¡Jesús!... Y too pa pintar estos mamarrachos… ¡Valientes cuadros!...

Doña Mercedes: ¡Calla rezongoña!...

Doña María: Es que esto no tiene perdón de Dios. Mire usted cómo ha pintado “Los Sauzales”… ¿Son éstos “Los Sauzales”?… ¡Oh!... ¡Qué Sauzales ni qué calabazas!...

Doña Mercedes: ¡Calla!...

Doña María: Como usted se lo pasa leyendo, no ve las mentiras que pinta el señor sobrino. Porque esta es una mentira… ¡Miren que Sauzales, no faltaba más!... Cuatro manchones que no son árboles ni son ná… Otro manchón que no ha sido agua en toa su perra vía… Y allá… en er fondo, dos garabatos, que más parecen un ovillo de lana que dos señoras nubes… Esto… ¡qué va a ser “Los Sauzales”!…

Doña Mercedes: (Sin quitar la vista del folletín) Bueno, bueno… ¡No son “Los Sauzales”!…

Doña María: ¡Claro!... Como on Rafaelito no es nacío ni criao en “Los Sauzales”… a él ¿qué?... pero a una qu´es nacía en “Los Sauzales” y que tiene puesto sus cinco sentíos en “Los Sauzales”… le da rabia que un santiaguino cualquiera venga a llevarse los paisajes e “Los Sauzales”… Menos mal si no se los llevan parecíos… pero esto es desacreditar la tierra de una, señor… Esto es reírse e “Los Sauzales”… ¡Es una mardá!

Doña Mercedes: ¡Vete, vieja… vete!...

Doña María: ¡Ya me voy!... Pero, o yo no entiendo de arte, que lo dúo… o estos no son “Los Sauzales”… (Mutis rezongando)

Doña Mercedes: ¡Esta María!... (En el jardín se oyen las risas de Chabela)

Chabela: (Trayendo al arrastre a su primo Rafael). A ver, so pintorcito de pacotilla… ¿Qué se ha figurado el Murillo éste?... Mi retrato, señor… mi retrato… ¡Ya no espero más!... Ah… te voy a acusar… Mira, mamá… Rafael es un farsante… No quiere hacerme el retrato… ¿Tú te acuerdas que me lo ofreció?... Ahora se hace de rogar…

Doña Mercedes: ¡Esta chiquilla!... ¡Más seriedad, hija!...

Chabela: Es que no quiere, mamá… es un embustero…

Rafael: ¡No! Chabela… es que en estos días no me sentido lo suficientemente inspirado para emprender esa obra maestra… ¡Porque yo te lo juro que va a ser una obra maestra!

Chabela: ¡Farsante!... No vengas con disculpas… Ahora mismo me pongo en “pose” y san se acabó… ¡No faltaba más!... Este pintorcillo de tres al cuarto haciéndose de rogar… ¿Cuándo habrá tenido el muy pillo una modelo más comme il faut?...

Doña Mercedes: Chabela… ¡qué tarabilla eres, chiquilla!...

Rafael: ¡No, si tienes razón!... Te prometo solemnemente que esta tarde principiaré tu retrato… ¡Y vas a ver cómo este pintorcillo de tres al cuarto se va a transformar en un Murillo de verdad para pintar esa carita que es una bendición de Dios!...

Doña Mercedes: No digas tonterías, niño… que la pobrecita se lo puede creer…

Rafael: Muy bien que haría, porque es el Evangelio.

Chabela: Este primo es más mentiroso que un almanaque… Y muy capaz sería de engañarme otra vez… Pero no… ¡lo que es esta tarde tú me haces el retrato!...

Rafael: Dalo por hecho… En medio hora más principiamos el trabajo… Ahora me voy al Correo y en seguida vuelvo…

Doña Mercedes: Mira… ya que vas a pasar por la Plaza, me vas a hacer un favor.

Rafael: El que usted quiera, tía…

Doña Mercedes: Pasar donde el señor Cura y dejarle el folletín que me prestó el Domingo… ¿quieres?...

Rafael: Con mucho gusto… aunque el curita me tiene excomulgado porque dice que soy hereje…

Doña Mercedes: Déjate de tonteras… Voy a buscarte “Los siete puñales”… (Sale)

Chabela: Apenas llegues, principiamos… ¿no?...

Rafael: Sí… ahora me voy pensando en ti, para que mis ojos se vayan acostumbrando a verte un ratito fijamente…

Chabela: ¡Tonto!...

Rafael: Cierto. Para que se acostumbren… Los pobrecitos no están acostumbrados a mirar el sol cara a cara…

Chabela: Tan farsante que te han de ver.

Rafael: Sincero, prima… sincera, nada más…

Don Ramón: (Viejecito simpático, entra canturreando) “El que nace pobre y feo… Enamorado y celoso… Todas las niñas lo llaman,,,” Oye, Rafael, ¿cómo lo llaman?

Rafael: La Carabina de Ambrosio, abuelo…

Don Ramón: ¡Eso es!... La Carabina de Ambrosio… ¡Maldita memoria!... Mira, apúntame aquí la copia… (Saca una libretita) No te rías, Chabela, que cuando uno pasa de los treinta y cinco se pone muy desmemoriado… ¡A ver!… aquí tengo apuntadas todas las otras canciones que me has enseñado. (Rafael escribe) Gracias, así no se me olvida…

Chabela: ¡Qué abuelo éste!... ¡Los dejo en clase de canto!... ¿Entonces, quedamos en que a la vuelta?---

Rafael: Sí… principiamos la obra maestra… (Mutis Chabela)

Don Ramón: Oye tú, mala persona… ¡Cuidadito con pintarme fea a la Chabelita!...

Rafael: No tema, abuelo… que pondré en ese retrato mis cinco sentidos.

Don Ramón: Y después me hace un retrato a mí también… ¿quieres?

Rafael: Cómo no: ¡No faltaba más!

Don Ramón: ¡Ay, Nemesio!... ¡Ay, Nemesio!... Hazme un retrato al magnesio… ¿Qué tal?... Aquí la tengo apuntada… página 8: ¡Ay, Nemesio!...

Rafael: Abuelo: ¡Tiene usted una guitarra en el corazón!...

Don Ramón: Bravo, me gustó la frase… Eso de la guitarra me ha llegado al alma…

Rafael: Me alegro, y a propósito, vaya apuntando esta copla serrana, que es el acabose… (Don Ramón apunta)

Yo quiero que mi ataúd
tenga una forma bizarra:
la forma de un corazón…
la forma de una guitarra…

Don Ramón: ¡Olé!... Si hasta lo chulo se me está pegando con tu compañía… y es que yo, aquí para inter nos, que esto no salga de ti, en mis buenos tiempos tuve mi tete a tete con una tiple de zarzuela… ¡Jijiji!... Tenía unos ojos… y unas… ¡Jijiji!... ¡Bendita sea la hora que te acordaste de nosotros!... Créemelo, Rafael… La vida del campo será todo lo saludable que quieras, ¡pero es una soberana lata!... Sí… estoy hasta aquí con la vida del campo. ¡Yo te aseguro que Fray Luis de León no ha vivido jamás en Rancagua!...

Rafael: ¡Je! A propósito, abuelo… Esta noche debuta un circo en el pueblo.

Don Ramón: Iremos…

Rafael: Claro… Así se distraerá usted un poco. Ahora mismo compraré las entradas.

Doña Mercedes: (Entrando con el folletín) Ah… le das las gracias y le dices que es una preciosura… que cuando termine “El Matrimonio” se lo llevaré yo misma…

Rafael: No se me olvidará…

Doña Mercedes: ¡Ah, mira!... Dale también las gracias por el canastito de limas… Estaban riquísimas… que todas las comimos a su salud…

Rafael: Bueno… (Medio mutis)

Don Ramón: (En un rincón trata de aprender de memoria la coplita) Yo quiero que mi ataúd… tenga una forma bizarra…

Doña Mercedes: Si pasas por la botica, dile a don Martín que mande luego por la manzanilla…

Rafael: Corriente… (Medio mutis)

Doña Mercedes: Ah… se me olvidaba… Cómprame en el Correo dos sellos de a diez.

Rafael: ¿Nada más?...

Doña Mercedes: Nada más…

Don Ramón: (Siguiendo en su tarea) La forma de un corazón… La forma de… Oye, Rafael… cuando vuelvas me tomas la lección… (Mutis Rafael)

Doña Mercedes: ¿Qué haces, viejo?... ¿Qué quieres?...

Don Ramón: Yo… “Quiero que mi ataúd tenga una forma bizarra”…

Doña Mercedes: ¿Estás loco?... ¿Qué forma de contestar es esa?...

Don Ramón: (Saliendo) “La forma de un corazón… La forma de una guitarra”…

Doña Mercedes: Está chiflado… Las coplas le han vuelto el seso… Y como es natural la culpa de todo la tiene el barrabás de mi sobrino. ¡Diablo de chiquillo!... No hace más que pintar, cantar y reírse… Es un pájaro loco… ¡Cuándo sentará la cabeza!... Quizás qué ventolera lo empujó hacia acá… (Se sienta a leer)

Chabela: (Entrando) ¡Por Dios, mamá!... ¿Estás leyendo a estas horas?...

Doña Mercedes: ¿Qué pasa?...

Chabela: No pasa nada… Pero ahora la tarde está más linda que nunca… Es una de esas tardes alegres, en que dan ganas de andar hasta cansarse, de gritar, de correr, de mirar el cielo, de espantar los pájaros, de tocar campanas… ¿no es cierto, viejita?... Yo no sé cómo te estás tú aquí perdiendo todas esas linduras… Vamos a corretear por el jardín mientras llega Rafael… Vamos, vieja, que esta tarde es maravillosa…

Doña Mercedes: Calla, tarabilla… que para ti todas las tardes son lo mismo.

Chabela: No, madre. Esta es una tarde rara, una tarde alegre como ninguna… Yo no sé por qué, pero hoy no siento pena cuando el sol se va… Ahora pienso que mañana ha de volver más brillante y más hermoso…

Doña Mercedes: Calla, charlatana… Mira, siéntate aquí a mi lado… tengo que hablarte…

Chabela: Bueno, pero que no sean sermones…

Doña Mercedes: Cara de sermón tiene… Es necesario, Chabelita, que guardes más seriedad ante tu primo…

Chabela: ¡Pero si él es más charlatán y más hablador y más farsante y más pillo que yo!...


Doña Mercedes: ¡No es lo mismo!... Además, tú eres ya toda una mujer… Es preciso reírse menos… Buena es la alegría, pero no tanto…

Chabela: ¡Bah!... qué afán el suyo de hacerme seria… ¿Quiere acaso que me parezca a la Úrsula, esa tonta beata, hija de doña Eloísa?... No, no… y mil veces no… ¡Pídame todo lo que quiera, menos eso!... Tener esa cara estirada, esos ojos bajos, ese modo de hablar tan seco y esa boca… siempre rezongando, siempre murmurando por aquí, rezando por acá… siempre seria, siempre sola… No, no… esa una antipática… Ni dan ganas de ser su amiga… No, no… ¡todo, menos esa Úrsula!...

Doña Mercedes: No tanto… pero es que eres demasiado chacotera… todo lo tomas a risa y así nadie te tomará en serio…

Chabela: Si no puedo, mamá… Es tan lindo pasar alegre… Todo brilla más… hasta en los días nublados parece que ha salido el sol…

Don Ramón: (Entrando feliz) ¡Ya está!... ¡ya está!...

Doña Mercedes: ¿El qué?...

Don Ramón: Ya sé la lección… aprendí esta copla y toda la canción de la Lola. “La Lola suspira y llora…”, toda, toda… ¡Qué memoria tengo!...

Chabela: ¡Y qué libreta!...

Don Ramón: Bueno, y ¿de qué hablaba?...

Doña Mercedes: De nada que a ti te preocupe…

Chabela: Sí que le preocupa… mamá decía que yo no debía reírme…

Doña Mercedes: Yo no decía eso…

Don Ramón: ¡Esta niña!... Sí que lo decía… Mi pobrecita hija querría que todos fuéramos unos sauces llorones… Por eso está tan vieja… Por eso todos la creen mi hermana mayor… Mientras que yo, fresco y alegre como unas pascuas…

Doña Mercedes: ¡Sí, sí!...

Don Ramón: El otro Domingo, cuando fuimos a misa, oí que decían a mi lado: “Dónde irá la señora Mercedes con ese niño?...” Ese niño era yo, no te quepa la menor duda…

Doña Mercedes: Claro, como que estás en la segunda infancia…

Don Ramón: ¡Ah!... Picadita, ¿no?...

Doña Mercedes: ¡Ea!, me voy, que no se puede estar con ustedes, capaces son de volverla a una loca también… (Sale)

Don Ramón: Adiós, vieja… ¡Cuidado con tropezar!...

Chabela: Mi mamá cree que es malo reírse…

Don Ramón: No le hagas caso… ¡Chocherías!... ¡Como ella ha sufrido tanto!… Ríete tú, y canta aquello de “Yo que siempre de los hombres me reí. Yo que siempre de los hombres me burlé”…

Doña María: (Entrando) ¡Jesús!... ¡Hasta don Ramón cantando!...

Don Ramón: ¿Y qué?... Para eso tengo una garganta privilegiada… En los gorgoritos no me la gana nadie… (Hace unos). Caruso, a mi lado, era una chicharra constipada…

Doña María: Pero, en esta casa ya no se puede vivir… Misiá Mercedes, leyendo; don Ramón, cantando; don Rafael, haciendo… bueno, llamémosle cuadros; la señorita, admirando esos mamarrachos, y hasta la Luz leyendo versos... ¡Sólo falta que yo me ponga a bailar tango!... (Lo marca)

Don Ramón: (A Chabela). No te resultaría el tango, ¿no es cierto?...

Doña María: ¡Jesús! ¡Jesús!... ¡En lo que ha venido a parar esta casa!...

Chabela: ¡Qué exagerada eres, mama!... Aquí no pasa nada… Ha entrado una ráfaga de alegría, pero luego se irá… No te aflijas.

Don Ramón: ¡Qué se ha de ir!... Esta vieja que no se ríe nunca… ¡no sabe más que rezongar!... Y ya se ve como está; más arrugada que un billete viejo… En tanto que yo, soy un congrio de a cien… ¡De esos coloraditos!...

Doña María: Si yo no me quejo de las risas ni de los cantos… Antes había alegría también, pero no desorden… ¡Ahora todo anda patas arriba!... Don Rafael llega a la hora que se le ocurre… A las tres llegó anoche… Para mí que no ha de ir a la Iglesia a esa hora…

Don Ramón: ¿Qué sabes tú?... ¡Puede que vaya a la Misa del Gallo!...

Doña María: ¿A la Misa del Gallo?... De la gallina será… Si en el pueblo too se sabe… Desde que llegó el famoso circo… don Rafaelito se viene acostando a la madrugá…

Don Ramón: Calla, calla, vieja chocha…

Doña María: Es que debiera ser más considerado… No es de persona decente andar entre titiriteros y payasos… ¿Qué irán d´él?... Qu´es un cualquiera… Qu´es uno e tantos que anda e pueblo en pueblo lairándole a la luna, como perro sin amo… y eso no juera ná… que lo pior está en lo que dice por el pueblo…

Chabela: ¿Qué, mama?...

Doña María: Mejor es callarse…

Don Ramón: Sí, calla… ¡No seas chismosa!...

Chabela: ¿Qué dicen, vieja?...

Doña María: Icen que… güeno… icen que on Rafael anda tonto por una titiritera y que tiene relaciones con ella…

Don Ramón: Bueno, bueno… eso es mentira,,, Rafaelito será un deschabetado, un bohemio loco… pero nada más…

Doña María: Será todo lo que quieran… deschabetado, bohemio, pintor, “podeta” o sacristán, pero no es de persona bien nacía recogerse cuando ya las diucas comienzan a cantar y levantarse a l´hora di onces…

Chabela: (Incomodada por la revelación). Vamos, mama… Sermonea a Rafael… pero a nosotros no…

Doña María: Cuarquier día voy a aconsejar a esa bala perdida… ¿Pa qué?... Pa que se ría de mí… Esa es otra; too le parece ridículo, antiguo… A too sale con que “esas son teorías de la Colonia”… Y de too se burla y de todo se ríe… Y lo pior es que el muy pícaro consigue a veces hacernos reír… Porque eso sí: a simpático no se la gana naiden.

Don Ramón: Sale a su abuelo… “Víctimas del atavismo… se les debe perdonas”…

Doña María: Sí, sí… Güeno… ¿Y la señora, dónde anda?...

Don Ramón: En su pieza…

Doña María: Ya verán las consecuencias de la ventolera que ha entrado en la casa.

Don Ramón: ¡Ándate con tu ventolera a otra parte, vieja chismosa!... (Sale María)

Chabela: ¿Será verdad lo que dice esta vieja?...

Don Ramón: ¡Qué ha de serlo, chiquilla!... ¡Estas viejas provincianas le hayan inmoralidades a un libro de misa!... ¡No te preocupes, tontona!... Vamos, que el jardín nos espera… (Mutis de los dos. Pausa)

Luz: (Con un ramo de flores, atraviesa la escena en puntillas y entra al cuarto de Rafael; luego sale). Que no le ponga flores… Parece que juera, doña María… habiendo tantísimas en los praos…

Rafael: (Entrando) ¡Hola!

Luz: (Cortada) Venía… de ejarle flores… que toos los días me encarga la señora María que le ponga en su pieza…

Rafael: Ah, está bien… Dale las gracias… Me encantan las flores en mi pieza… Alegran…

Luz: Ah, ¿si?

Rafael: Las rosas tienen ese encanto… comunican su alegría… Pero te aseguro que de buenas ganas cambiaría todas esas flores de doña María por una florcita de estos campos, como tú… (se le acerca) para colocarte encima del velador…

Luz: No sea así, don Rafael… pa qué se ríe de una…

Rafael: No… en serio… Ahí viene Misiá María… le daré las gracias… Y yo que creía que me tenía mala voluntad… (Mutis Luz foro. Llegan Mercedes y María). Tía, cumplí sus encargos… El señor Cura dijo que no se molestara. Don Martín mandará mañana por la manzanilla y aquí están los sellos… ¿No se me olvida nada?...

Doña Mercedes: Nada…

Rafael: Ah… esta noche iremos al circo… ¿quiere?... Tomé un palco.

Doña María: ¡Kjem! ¡Kjem!

Doña Mercedes: Veremos, veremos… Están las noches tan frías…

Rafael: Fresquitas no más…

Doña María: ¡Kjem!

Rafael: El circo es bueno: Caballos amaestrados, payasos, una domadora…

Doña María: ¡Kjem! ¡Kjem!

Rafael: Está constipada… cuídese, doña María… (Serio)

Doña María: Están las noches tan frescas…

Rafael: Clorato de potasa es bueno… Ah… se me olvidaba. Muchas gracias por las flores…

Doña María: ¿Qué flores?...

Rafael: Esas que todos los días pone usted en mi pieza…

Doña María: ¿Yo, en su pieza?... Bah, bah… buena pieza está usted…

Rafael: No se haga la desentendida… Si me dijo la Luz…

Doña María: Con que la Luz… ¡Kjem!... ¡Kjem!...

Rafael: ¿Le ha vuelto la tos?... Arroparse y tilo…

Doña María: Sí, sí… (Aparte) ¡Habrá pilla!...

Doña Mercedes: (Que examinaba los cuadros) ¿Ahora empezarás el retrato de Chabelita?

Rafael: Sí… en el acto…

Doña María: Entre paréntesis: muy feos, don Rafael, “Los Sauzales”…

Rafael: ¿Qué Sauzales?...

Doña María: Éstos que ha pintado usted aquí… No es por ofenderlo, pero esto tanto se parece a “Los Sauzales” como al Comandante de Policía.

Rafael: Vamos… no es mucha la diferencia.

Doña María: ¿Eh?

Rafael: Nada… Si estos no son los Sauzales, señora… Es una puesta de sol en el río… a la hora del crepúsculo.

Doña Mercedes: ¿Ves mujer?...

Doña María: Ya lo decía yo…

Rafael: Bueno, y gracias de todas maneras por las flores…

Doña María: (Con las de Caín) No hay de qué… cuando se le ofrezca…

Doña Mercedes: Vamos, María… De pasada le diré a la Chabela que tú estás aquí… (Mutis de las dos viejas. Rafael se pone una chaqueta blanca y enciende un cigarro. Prepara sus útiles silbando alguna cancioncilla)

Chabela: Bueno… aquí me tienes… ¿Estás inspirado?...

Rafael: Inspiradísimo… Ya verás qué retrato… La Gioconda, a tu lado, va a resultar un mamarracho… Bueno, no perdamos tiempo… Ponte en “pose”.

Chabela: Aquí…

Rafael: No… siéntate aquí… que te dé la luz de la tarde… Así, así… bueno, quietecita… Esa mano con más naturalidad. (Se la toma. Chabela la retira graciosamente indignada) Sonriendo, ¿eh?...

Chabela: Así… Cuidadito con hacerme muy fea…

Rafael: Un poco fea tendrás que salir… Pero, sonriendo… No, no… Así de tres cuartos… Arréglate el pelito… Ese mechoncito más atrás… Así… así… (Empieza a dibujar) ¡No te muevas!... ¡Chist!... ¡Cuidado! Más afuera la barbita… No tanto, hija… Así… (Pausa)

Chabela: ¿Se puede hablar?...

Rafael: Ya lo creo… pero sin moverse…

Chabela: Ah… esto es otra cosa… Si sigo callada, me sacas con la boca llena… Así. (Hincha los cachetes).

Rafael: ¡Cotorra!

Chabela: ¿Y tú, charlatán?... ¿Vienes a hacerte el mudo?... Mucho cuidado, ¿eh?

Rafael: Será mi obra maestra… voy a poner en los colores todo mi corazón.

Chabela: Ya estás diciendo disparates…

Rafael: No son disparates, prima… ¿Qué sabes tú de arte, colorido, de corazón?...

Chabela: Más que tú… Bueno, siga pintando… Para que no te distraigas, no voy a hablar más…

Rafael: no lo creo… Conviene que hables para que el retrato salga hablando: con toda tu alma… tus palabras y tu risa son la alegría de tu cara… Hablas y ríes como una campanilla de plata…

Chabela: No seas majadero… ¡Pinta, pintorcillo, pinta!...

Rafael: Sí, prima… Tienes una risa, que es una campanada de optimismo… ¡Diera toda mi vida porque ese campanario fuese mío!...

Chabela: No digas tonterías… ¡Pinta, pintorcillo, pinta!...

Rafael: No son tonterías, chiquilla… Lo triste está en que nunca he de conseguir esa felicidad… Nunca… (Pausa… De pronto)… Oye, Chabela… ¿Te casarías tú conmigo?...

Chabela: (Saltando) ¿Qué?...

Rafael: A la pose… a la pose… No moverse… ¿Te casarías conmigo?...

Chabela: ¡Calla, tonto!...

Rafael: Dí.

Chabela: Claro que no…

Rafael: Ah… ¿no?... (Deja de pintar)

Chabela: ¡A pintar!... No, señor… porque eres un grandísimo tuno… te pasas la vida vagando… Hoy en un pueblecito… mañana en otro…

Rafael: ¡Qué le vamos a hacer!... Unos nacen tortugas y otros golondrinas…

Chabela: Prefiero la sopa de tortuga a las golondrinas fritas…

Rafael: No… yo sé que a ti te gustan más las golondrinas… Además, yo no podría hacer otra cosa… Francamente, la aviación me ha hecho mucho daño… Créemelo, Chabela: yo tengo en el corazón un avión de cincuenta caballos de fuerza… Tengo que volar… que volar… Ese es mi destino…

Chabela ¿Y… cuándo aterrizas?...

Rafael: ¡Psh! ¡Dios lo sabe!... Creo que nunca… (Pausa). Oye, Chabela… Mírame, que ahora estoy en los ojos…

Chabela: ¿Así?

Rafael: Sí… quietecita, porque me voy a demorar en concluirlos… ¡Son tan grandes!... En fin, el tiempo que pierda en los ojos, lo recuperaré en la boca, ¡que es tan chiquitita!...

Chabela: Sí, muy chica, parece un buzón…

Rafael: ¡Hay… buzón!... Qué ganas tengo de echarle una carta…

Chabela: No se admiten cartas multadas…

Luz: (Entrando). Don Rafael… Un señor lo busca… Flaco, arrugado…

Rafael: Ah, sí… que pase… (Sale Luz). Es un pobre diablo… el Payaso del Circo.

Chabela: Me iré.

Rafael: No… el infeliz viene por un traje viejo… Está tan pobre… Se va al momento… Es un buen hombre…

Chabela: (Intención). Sí… un amigo íntimo…

Rafael: ¡Qué mala eres, prima!

Payaso: (Entrando). Buenas tarde, señor… Usted disculpe… (Chabela mientras tanto observa el retrato).

Rafael: Hombre, no hay de qué… Entra… (Aparte, a él) ¿Recibió la carta la Etelvina?... ¿Qué dijo?...

Payaso: (Aparte a Rafael). Que estaba bien… A las doce lo va a esperar…

Rafael: Bueno… dile que iré a la función con mi familia… y después pasaré a la carpa… No te olvides… (Alto). Espérate aquí… Voy a ver si encuentro algo por esos roperos…

Payaso: Gracias, señor… cualquier cosa… se lo agradeceré infinito…

Rafael: Ya vengo, Chabela… Vuelvo en un momento… (Sale. Pausa).

Payaso: Usted disculpe, señorita, que haya venido a…

Chabela: ¡Ja!... Usted… ¡qué ha de ser!...

Payaso: Sí… soy el payaso…

Chabela: Vamos, hombre, usted no tiene cara de payaso…

Payaso: No… ahora no… Estoy viejo… Hace veinte años hacía reír… ¡Psh! ¡Qué diablos!... Hay algunos condenados a ser payasos toda su vida… ¡Qué le vamos a hacer!...

Chabela: ¿Por qué no deja usted el circo?...

Payaso: Ah, si no fuese por el pícaro pan… ¿cree usted, señorita, que iba a andar lanzando carcajadas por esos pueblos de Dios?... No, no… pero la vida me empuja, y a las buenas o a las malas, he de seguir viviendo con la cara enharinada… Ahora, ya no sirvo para nada… ¡Ni reír hago! Al contrario, el público se de ríe de mí… Mis compañeros se burlan… ¡Si no fuera por don Rafael!…

Chabela: Ah… Rafael lo ayuda…

Payaso: Sí, mucho… Es un santo don Rafael… En la Compañía lo quieren todos…

Chabela: Sí… ¿es bueno, ah?...

Payaso: Como el pan… y alegre como nadie… Es casi un compañero… Con nosotros ha recorrido todo el norte… Es un gran bohemio. Pinta, ríe… ¡y vive!...

Chabela: ¡Qué vida!...

Payaso: Un día se cansará de rodar y nos dejará.

Chabela: ¿Ustedes se irán luego del pueblo?...

Payaso: En una semana más…

Rafael: (Saliendo con unas ropas en la mano). Toma, aquí tienes estos pantalones. Un poco viejos están, pero peor es nada…

Payaso: Gracias, don Rafael… Se lo agradezco de corazón… Buenas tardes, que usted lo pase bien…

Rafael: Si quieres quedarte un momento…

Payaso: No puedo… Me esperan mis compañeros para salir a recorrer el pueblo… ¡Hay que salir para asustar a los chicos y alegrar a las viejas! ¡Qué triste es tener que salir por las calles a saltos al don de una mala música!...

Rafael: Anda con Dios, viejo… ¡Qué payaso más llorón!...

Payaso: (Sonriendo). Sí… Adiós, gracias… Adiós, gracias… (Se va).

Rafael: (Al despedirse en la puerta). No te olvides, ¿eh?... después de la función iré a verla… (Mutis Payaso).

Chabela: ¡Pobre hombre!... ¡Es un desgraciado!...

Rafael: ¡Qué diablo!... Sigamos nuestro retrato. Aprovechemos este poco de luz…

Chabela: Bueno… adelante… (Se sienta como antes). ¿Así?

Rafael: Así… pero un poco más risueña…

Chabela: Me ha dejado triste la vida de ese pobre diablo…

Rafael: No seas tonta… Todos, payasos o sacristanes, hemos de llegar a viejos… y el dolor de llegar es siempre el mismo… ¿Crees tú que yo cambiaría mi vivir errante por esta vida sedentaria de provincia? No… todo es tan triste… tan igual… Las noches son atroces… Yo me entretengo oyendo las serenatas de los gallos… Anoche el castellano cantó 39 veces…

Chabela: Y eso que no oíste ni la mitad…

Rafael: ¿Cómo así?...

Chabela: ¡Claro!... ¡como que llegaste a las cuatro!...

Rafael: No seas mal pensada, prima… ¡Si salgo de noche es para estudiar las sombras, las luces de la luna en los árboles… en fin, tantas cosas necesarias para pintar un paisaje nocturno…

Don Ramón: (Entrando). ¡Hola!... ¡Hola!... ¿Se pinta?... ¡a ver!...

Rafael: Es un bosquejo…

Don Ramón: Hombre, no está mal… Tiene aire… Sí, sus ojos… sí, su boca…

Chabela: Yo también quiero verme… (Se levanta). Sí… sí… me gusta… Me has sacado mejor de lo que soy… Después con colores, va a quedar igualita…

Rafael: Falta mucho todavía… Mañana continuaremos… Se ha entrado el sol ya…

Don Ramón: ¿Y qué tal?... ¿Mercedes me dijo que habías sacado entradas para el circo?...

Rafael: Sí…iremos esta noche.

Don Ramón: Ya lo creo… ¿Hay buenos elementos?...

Rafael: Más o menos… Hay un perro sabio…

Don Ramón: ¡Psh! No me gustan los perros…

Rafael: Hay un equilibrista…

Don Ramón: Tampoco me gusta: puede caerse.

Rafael: Hay una domadora…

Don Ramón: Eso es otra cosa.

Rafael: Hay también una mujer serpiente…

Don Ramón: Caray. ¿Con que serpiente, eh?...

Rafael: Sí, señor… Con mallas y todo…

Don Ramón: ¡Caracoles!... con mallas. (Aparte a Rafael). ¿Y no se “desmaya”?...

Rafael: ¡Ja! ¡ja!... ¡Qué abuelo!... ¡Es usted el irresistible!...

Chabela: Iremos, ¿eh?... Tengo ganas de ver trabajar al payaso…

Don Ramón: Bueno, hay que arreglarse entonces para estar listo para después de comida… (Sale).

Chabela: Hace muchos años, cuando chica, fui a un circo… Apenas tengo el recuerdo de un caballito blanco y de un payaso muy gracioso que me hizo reír mucho… Seguramente habrá muerto, quizás en un hospital, solo, abandonado… Yo, cuando chica, al verlo tan alegre, tan gracioso, creí que los payasos no podían morirse nunca… Sí, Rafael… creía que los payasos no podían morirse nunca… Es triste andar sin rumbo fijo, ¿ves?

Rafael: Deja esos sentimentalismos… que cuando me detengo un momento a mirar la vida que hago y la que me espera, me dan unos deseos locos de volver atrás… de no seguir andando, de enterrarme en un rinconcito de provincia y vivir tranquilo… entre cuatro paredes, al lado de mi mujercita… Yo, entre mis libros y mis pinturas… Tú, cuidando la casa… las flores.

Chabela: ¿Cómo yo?

Rafael: Sí, Chabela… tú serías la única capaz de hacerme volver a la vida del hogar; de retenerme en esta loca carrera… Tú, nadie más tú, que eres bonita y eres buena…

Chabela: ¿Estás loco, Rafael?

Rafael: Claro. Loco. Si yo, mejor que nadie comprendo que eso es imposible… He de seguir andando como el Judío Errante… He de convencerme que es mentira que te quiero para seguir mi camino alegre… “Riendo a los que vienen. Llorando a los idos… seguir por el largo camino distante… Seguir por los largos caminos dormidos… Con la honda tristeza de un circo ambulante!”…

Chabela: No… no… eso no puede ser. Tú no me quieres…

Rafael: Tanto te quiero, que por el temor de hacerte desgraciada, he de callar toda mi vida este cariño… No, no… estoy convencido de que esta vida mansa y quieta no me atrae como la otra, vibrante y loca… (Se oye la murga de los payasos muy distante). Los Payasos. ¿Oyes? Allí vienen ellos, desparramando alegría por esas calles… ¡Reír y andar! Esa es su vida… ¡Y esa es mi vida también… (Chabela se queda triste).

Luz: (Entrando). Señorita… ¡Los payasos!... (Sale).

Chabela: (Sin ánimo). Los Payasos… ¡Vamos a verlos!...

Don Ramón: (Entrando). ¡Dónde!... ¡Los payasos!... ¡A verlos!... ¡A verlos!... ¡Vamos, niños!... ¡Mercedes! ¿Vendrá aquí la mujer serpiente también? ¡Los payasos!... (Sale feliz).

Rafael: Chabela… sé buena conmigo… Quiéreme como a un payaso… Te alegraré la vida…

Chabela: ¡Mamá!... ¡Mamá!... ¡Los payasos!...

Rafael: Los payasos que llegan… (La murga más cerca).






























ACTO SEGUNDO



La misma decoración del primer acto. Don Ramón dormido en una silla de balanza al fondo. Doña Mercedes y doña María en primer término.

Doña María: Ya lo ve usted señora… Se lo decía yo… Si los santiaguinos son peores que la peste. Donde ellos entran, llevan la desgracia…

Doña Mercedes: Tú exageras, María… Rafael, es verdad, se ha portado mal, pero no es para afligirse tanto… Al fin, la Luz era una muchacha ligera de cascos… Cayó con mi sobrino como pudo haber caído con cualquiera…

Doña María: No, mi señora… Don Rafael tuvo la culpa de la perdición de esa pobre chiquilla… Era buena y trabajadora, pero desde que él llegó… la Luz fue otra… Se dejó engañar por toas las patrañas que el dijo al oído el muy tunante…

Doña Mercedes: ¡María!...

Doña María: Sí, tunante… Y perdone la señora que lo trate así… Pero creo que tengo razón pa ello… Muchos años han pasao encima de mí y muchas cosas he visto, para no saber el significao e las palabras… Además, la Luz, era hija de una sobrina mía… La mancha d´ella argo me mancha a mí también…

Doña Mercedes: ¡Qué le vamos a hacer!... No podía continuar en la casa después de lo que pasó… Cuando Rafael se vaya volverá… Sí, volverá…

Doña María: ¡Cuando se vaya don Rafael!... ¡El gavilán ése se ha cebado!... Puée que aceche otra presa… Mucho ojo, señora, que por allí argo se murmura… y cuando er río suena…

Doña Mercedes: No, no… Calla, María… Sé adonde vas a ir a parar…

Doña María: ¡La Chabelita está enamorada de don Rafael!...

Doña Mercedes: ¡No, no!...

Doña María: Enamorada de don Rafael…

Don Ramón: (Despertándose). ¿Qué bulla es ésta?... ¡Diablo de mujeres!... No pueden hablar sin gritar…

Doña Mercedes: Es que esta María tiene unas cosas…

Doña María: ¡La verdad pura!... Decía que la Chabelita estaba…

Don Ramón: …enamorada de Rafael… ¡Vaya una noticia fresca!... ¡Ja, ja!...

Doña Mercedes: ¿Tú lo sabías y tan tranquilo?...

Don Ramón: Ya lo creo que lo sabía… Si ella me lo dijo… ¡Claro!... Tiene más confianza con su abuelo que con su madre…

Doña Mercedes: No… La Chabelita no hará eso… No, no. ¡Rafael la haría desgraciada!

Doña María: Ya lo creo… ¡Como qu´es un picaflor!...

Don Ramón: ¡Bah! Y eso, ¿qué importa?... ¡Peor sería que fuese un zorzal!... Esos picaflores locos son los mejores maridos… Lo sé por experiencia propia… Al último se cansan de picotear en todas las flores y en todas las frutas…

Doña María: ¡Hay algunos que no se cansan!

Don Ramón: No, vieja… ¡Los más lobos son los primeros que caen!... Todo depende del cebo con que se les atraiga… (Cantando). “La parisina esbelta y fascinante… Siempre divina, amable y elegante…”

Doña Mercedes: ¡No cantes, viejo… No cantes!...

Don Ramón: “Con su perfume logra embriagar… embriagar… Y con su gracia enamorar…” Ese diablo de Rafael es el que me ha pegado este lirismo…

Doña María: ¡No sé qué tiene don Rafael para contagiarlo a toos!

Doña Mercedes: ¡La Chabelita enamorada de ese tarambana!... ¡Si yo tengo la culpa por haberlo recibido en mi casa!...

Don Ramón: (Cantando). “Francisco a la Francisca… Alojamiento pidió… Francisca como era buena… Alojamiento le dio”…

Doña Mercedes: ¡Dale con la musiquita!... Que nada tomes a serio…

Don Ramón: Si todo se arreglará… Deja que los chiquillos se quieran… Y si es verdad que les ha picado ese bicho que se llama Amor, antes de dos meses más, tenemos en casa al cura y al oficial del Registro Civil… no te quepa duda… Y después… ¡Psh! Sabe Dios lo que tendremos… (Señal de chicos).

Doña María: Hay que andarse con los ojos muy abiertos… Que lo de la Luz no vuelva a suceder…

Doña Mercedes: Eso no… Además la Luz ha sido reemplazada por una muchacha muy seria y muy honrada…

Don Ramón: (Saltando). ¿Cómo?... ¿Echaron ya a la Luz?...

Doña Mercedes: Claro… Y se ha tomado inmediatamente a otra…

Don Ramón: (Levantándose). ¿A otra?... ¡Voy a verla!...

Doña Mercedes: No hay para qué… Ahí viene... (Entra la Sinforosa, que es de lo más feo y bruto que hay en plaza… Gangosa, por añadidura. Un bibelot).

Don Ramón: ¡Socorro!...

Sinforosa: Señora, venía icile si ya ponía o no ponía la mesa…

Don Ramón: (Remedándola). ¡Poníala, no más!...

Doña Mercedes: ¡Calla!... Sí, póngala con mucho cuidado…

Sinforosa: Güeno… la poneré… (Medio mutis)

Doña María: ¿Qué tal?

Sinforosa: (Volviendo). Güeno… ¿y con qué mantel la pongo?...

Doña Mercedes: Con el limpio… ese que está en el aparador…

Sinforosa: Ah… güeno… ¿con ese blanco lleno de agujeritos en los laos?...

Doña Mercedes: Ese… (Sinforosa medio mutis) Es un poco tonta la pobrecita…

Don Ramón: ¿Un poco?... ¡Tonta completa!...

Sinforosa: ¿Sabe, señora, una cosa?

Doña Mercedes: ¿Qué, hija?

Sinforosa: Que no puedo poner la mesa con ese mantel…

Doña Mercedes: ¿Por qué?

Sinforosa: Porque, yo le iré, no está limpio…

Doña Mercedes: ¿Cómo que no?... Si lo saqué esta mañana…

Sinforosa: Es que a mí se me dio güerta encima una botella de aceite…

Doña Mercedes: ¡Cómo!...

Sinforosa: Como toitas las botellas… por el gollete…

Doña Mercedes: Digo que cómo sucedió el hecho…

Sinforosa: Ah… muy facilito… yo le iré. Venía entrando al comiero. Venía con la botella en la mano, cuando diun repente se me le enredó una de las chancletas y ¡zas!... di un tropezón juertazo que jui a dar con la botella encima er mantel, que estaba encima del aparaor…

Don Ramón: (Aparte). Es un poco tonta esta pobrecita…

Doña Mercedes: Bueno… váyase… Ya le entregarán otro mantel… Pero cuidado con volver a tropezar…

Sinforosa: Es que yo le iré soy muy arrastrá e piernas… ¡Me lo paso trompezando no más!... (Sale a tropezones).

Doña Mercedes: ¡Maldita muchacha!... María, dale otro mantel…

Doña María: Voy… Poco a poco irá aprendiendo… Es un poco huasa…

Don Ramón: ¿Un poco no más?...

Doña María: (Saliendo, en tono zumbón a don Ramón). ¿Qué tal?... ¿Qué tal?...

Don Ramón: (Indignado). ¡No hay derecho!... ¡Esto es un colmo!... Un acto de barbarie traer este bagre en lugar de Luz… ¡Esto es un retroceso!... ¡Va contra la civilización, contra la estética, contra el Progreso!... ¡Es una aberración querer reemplazar a la Luz, que era una Luz eléctrica, por este chonchón de parafina!... ¡Yo me opongo, señores!... (Ruido de quebrazón adentro). ¿Ves?... ¡La Parafina está haciendo de las suyas!...

Doña Mercedes: ¡Maldición!... ¡Esa muchacha lo va a romper todo!... (Sale apurada).

Don Ramón: (Gangoso). Como se lo pasa trompezando…

Chabela: (Entrando). ¿Qué ruido es ése?

Don Ramón: Nada… Que esa Venus de Milo que han tomado está en servicios…

Chabela: Ah, sí… es que es un poco gangosa…

Don Ramón: ¿Tú también?... ¡Un poco gangosa!... Ese afán de empequeñecer las cosas.

Chabela: Y todo por echar a la Luz…

Don Ramón: Todo… Nos hemos quedado a obscuras… Esa Luz era una ampolleta de cien bugías…

Chabela: Mire, abuelo… dígame una cosa… ¿Es cierto lo que dice la señora María? ¿Es cierto que por Rafael echaron a la Luz?...

Don Ramón: Según y cómo… pero no te aflijas…

Chabela: ¡Cierto!... ¡Y el muy pillo decía que me quería!...

Don Ramón: Y te quiere… Eso no significa nada…

Chabela: ¿Cómo nada?... ¿Entonces es verdad que le gustan todas las mujeres?_...

Don Ramón: ¿Y a quién no le gustan?... ¡Todas!... menos esa gangosa… El asunto está en que le guste una más que todas… Y esa eres tú, no te quepa duda.

Chabela: No… su gran amor es esa mujer del circo… ¡Maldita mujer!... Él vino aquí por ella no más… y ahora que el circo se va, ¡también se irá! ¡Cuánta razón tenía la señora María al decirme que mi primo era como un viento loco, que arrasa los campos, destruyendo a su paso todas las flores!...

Don Ramón: La señora María es una cuentista… No le hagas caso… Que si es verdad que él te quiere, se quedará con nosotros… Dejará que el circo se vaya recorriendo otros pueblecitos, para quedarse a tu lado, contento, tranquilo, queriéndote mucho…

Chabela: No puede ser… Los payasos lo atraen…

Don Ramón: No, nena… A todos, cuando hemos tenido veinte años, nos ha atraído la farándula… Todos hemos querido andar por esos caminos de Dios, sin rumbo fijo… Todos hemos tenido en la cabeza sueños enharinados, carnavalescos… Pero luego, los años nos quitan la careta… La vida espanta los payasos de nuestra imaginación, y volvemos al redil, cansados de tanto caminar y con unas ansias locas de quietud, de paz y de silencio…

Chabela: No, abuelito… A Rafael lo atrae una mujer… Esa, la del circo… Sí, viejo… Yo no quería creerlo, pero tuve que convencerme… Una noche que fui al circo vi claramente todo lo que me habían dicho… Mientras esa mujer hacía sus pruebas, Rafael estaba pálido, nervioso, temiendo una caída… Ella lo miraba sonriente, como diciéndole que no tuviese miedo… Y yo, se lo juro, abuelito… ¡rogaba para mis adentros con una devoción que jamás he sentido, que esa mujer se cayese desde lo alto, que se estrellase en el suelo!... Cuando se terminó su trabajo y el público la aplaudió frenético… yo, inconscientemente lancé un silbido… Desde esa noche no he vuelto al circo… comprendí mi maldad… Tuve un pensamiento asesino… Y estoy segura que si vuelvo a ir tendré le mismo pensamiento… ¡Y a pesar de saber que cometo un pecado muy grande, seguiré rogando con todas mis fuerzas para que esa mujer se caiga, para que esa mujer se estrelle en la arena del circo! ¡Soy muy mala, abuelito!... ¡Soy muy mala!... (Se echa a llorar).

Don Ramón: Vamos, niña… tú estás loca… ¿qué es eso?... ¿Llorando por tonterías? Rafael te quiere… Rafael se quedará aquí… Rafael no seguirá a esa mujer… Vamos, no seas chiquilla… No llores, que las lágrimas no sirven para nada… apenas si nos ponen colorada la nariz… ¡vamos!... ¡yo te prometo hablar con Rafael y te juro que no seguirá a los payasos! No, no… (Mutis de don Ramón y Chabela por el foro).

Rafael: ¡Diablo de payaso!... ¡Todavía no llega!... ¿Qué mala pata se le habrá roto ahora?... (Mirando el retrato de Chabela a medio concluir). ¡Psh!... No me estaba quedando tan mal, que digamos… Lástima de retrato. ¡Y qué bonita es!... Pero, no… Para qué pensar locuras. ¡Qué diablos!...

Doña Mercedes: (Entrando). Ah… tú aquí…

Rafael: Sí, tía… ¿Se le ofrecía algo?...

Doña Mercedes: Dos palabras, niño… Necesito que me escuches seriamente…

Rafael: ¿Drama tenemos?...

Doña Mercedes: No sé si para ti será un juguete, pero para mí, drama y muy drama.

Rafael: Tía… no me asuste… ¿Qué es eso tan terrible?...

Doña Mercedes: No voy a hablarte de Luz… No… aquello ya pasó… Lo que ahora me preocupa es grave, muchísimo más grave…

Rafael: La escucho.

Doña Mercedes: ¿Es cierto, sobrino, que estás enamorado de mi Chabelita?...

Rafael: No… bueno, ¡sí!... es cierto… Pero…

Doña Mercedes: ¿Pero qué?… ¿Acaso tiene perdón de Dios lo que haces?... Tú lo sabes mejor que nadie… Mi Chabelita no será nunca tuya… Tú no has nacido para ella…

Rafael: Yo no sé para quién habré nacido… pero a la mujer que me gusta yo la miro… nada más…

Doña Mercedes: Tú no has nacido para ella, repito… ¡ni para ninguna mujer honrada!

Rafael: Tía… ¡esas palabras!...

Doña Mercedes: Esas palabras apenas significan lo que quisiera decirte. ¡Tú no has correspondido al cariño de estos pobres viejos, a quienes has querido robarle, de mala manera, su único tesoro!...

Rafael: Usted me ofende, tía… No estoy dispuesto…

Doña Mercedes: Abandona las actitudes de comediante… ¡Que cuando la vida se impone, están de más las caretas y las farsas!...

Rafael: ¡Será!... pero también es lógico que yo haga mi defensa… ¡Todo es farsa!...

Doña Mercedes: ¿Cómo se entiende?... ¿Acaso pretendes que esos amores tuyos con mi hija no son más que una comedia?...

Rafael: Creo que unas cuantas palabras de amor y unas cuantas miradas, no son lo suficiente para amarrar dos vidas…

Doña Mercedes: Entonces… ¿no quieres a mi Chabela?... Di… ¿es eso?...

Rafael: No… no es eso…

Doña Mercedes: ¿Entonces?...

Rafael: Bueno… sí; ¡no la quiero!... No la puedo querer… No le conviene que la quiera…

Doña Mercedes: Eres un mal hombre: mi Chabela sufre por ti… Y tú las has hecho sufrir por gusto…

Rafael: No confunda las cosas… Sería mil veces más villano si continuara mintiendo amor… Lo que en un principio fue una entretención pasajera, una agradable mentira, no puedo convertirla en una obligación eterna ni en una verdad canallesca, sólo por satisfacer el prejuicio de las palabras…

Doña Mercedes: No… no he querido ofenderte, Rafael… Claro que peor sería que por dar gusto al qué dirán, convirtiese en serio lo que para ti no es más que un pasatiempo… ¡pero, un pasatiempo de mal gusto!... Has elegido una víctima demasiado buena, demasiado ingenua para tus bromas de hombre de mundo…

Rafael: reconozco mi culpa… y aún diré más… Creo que si no tomase la determinación que he tomado, llegaría un día a enamorarme seriamente de mi prima… ¡Si es que ya no lo estoy!...

Doña Mercedes: ¿Qué has determinado?...

Rafael: Me voy esta tarde.. Dejaré para siempre esta casa vieja y solariega, en la cual no he hecho otra cosa que sembrar dolores… Mi aliento de hombre civilizado y moderno mata las flores de los campos… ¡Me voy!... sí; me voy con pena… con una pena muy rara… pero me voy…

Doña María: (Que al entrar ha oído las últimas palabras). ¿Quién se va?... ¿Usted?... ¡Pues, me alegro!... ¡No eran tan goloso el gavilán como yo creía!

Doña Mercedes: ¡María!...

Rafael: Ya lo oye usted… Para esta pobre vieja, con los ojos cansados de ver sólo virtudes consagradas de abuelos provincianos, yo soy un gavilán… ¡un gavilán temible!... No temas, vieja… ¡Me voy para dejarte tranquila!...

Doña María: Bueno… yo decía eso… porque, vamos…

Doña Mercedes: No, María… Rafael… no es lo que tú te figuras…

Rafael: Lo dicho tía… Esta tarde parto… Quizás media hora más…

Doña Mercedes: Pero, niño… por Dios… ¿tan pronto?...

Rafael: No acostumbro a pensar mucho mis decisiones… Además, odio las despedidas largas… Un adiós corto mata menos ilusiones y ahoga más recuerdos… Ya lo sabes, vieja… el gavilán emprende el vuelo… (Las viejas se quedan mudas, Rafael las mira y prosigue). Yo tuve la culpa. Yo… que como un payaso alegre y vagabundo, quise dar unas funciones de circo en esta casona severa y triste… La función ha fracasado, no por falta de alegría del payaso, sino porque vuestros corazones, hechos ya al sosiego del campo, recibieron con mirada hosca y ceño hostil mis afanes de titiriteros y no aplaudieron el sacrilegio de mi risa… Me iré otra vez con mi bagaje de juventud y alegría… La temporada ha terminado funestamente… Me iré otra vez con mi cara enharinada, a seguir mi vida peregrina y loca de bohemio despreocupado… Dudé un instante, digo mal, muchos instantes, antes de decidirme a marchar… Pensé seriamente en la vida inquieta y amarga que me aguarda y hasta llegué a creer de corazón que mi felicidad iba a encontrarla aquí bajo el techo de esta casa vieja en la paz del hogar… Pero mis risas y mis locuras han alborotado vuestra tranquilidad, y por haber sido un poco enamorado y otro poco aventurero, no se me concede el derecho de plantar mi tienda de bohemio en este suelo… (Las viejas se miran algo conmovidas).

Doña María: ¡Dios sabe qué pena tengo!... ¡Sí, don Rafael!... Serán chocheras de vieja, pero es la verdad… Desde que usted llegó, estaba rogando para que se fuera… y ahora que se va, siento un no sé qué… así como ganas de llorar y de pedirle que no se vaya… ¡Qué vida! Yo lo creía a usted otra cosa: lo creía más malo…

Rafael: No cambie de opinión…

Doña Mercedes: Voy a llamar al viejo: es necesario que antes de partir hables con el abuelo… (Mutis).

Doña María: ¡Lo que es la vida!... ¡Que nunca se ha de saber que el agua es bueno sino cuando se seca el pozo!...

Rafael: Deja, vieja, esas cosas. Me voy porque soy lo que tú dices: un gavilán. Tengo muchas alas, para vivir entre estas cuatro paredes… Y si quieres que me vaya contento, no llores, vieja…

Doña María: ¡Dios sabe qué pena!... ¡Pobre Chabelita!... (Sale lloriqueando).

Rafael: ¿Dejar todo esto?... No sé por qué se me oprime el corazón… ¡Parece que hubiera echado raíces en esta casa vieja!... ¡Qué diablo!... ¡Nos iremos! Y el retrato… quedará sin concluir. (Empieza a guardar los útiles).

Chabela: (Entrando). ¿Cómo?... ¿no pintas hoy?...

Rafael: No… hoy no… No tengo ganas…

Chabela: ¿Entonces mañana?...

Rafael: Quizás… (Pausa). Hoy salgo de esta casa… Sí. Chabela… Me voy… Debo irme…

Chabela: ¿Qué dices?...

Rafael: Que esta tarde parto… Que en medio hora más, me alejaré de esta casa bendita, con una pena muy grande…

Chabela: ¿Cómo?... ¿Te vas?...

Rafael: Sí… Tan de pronto… Los acontecimientos han precipitado…

Chabela: Es una locura lo que vas a hacer…

Rafael: Quizás sea lo único cuerdo que he hecho en vida…

Chabela: ¡Tú no tienes corazón!...

Rafael: ¡Que no tengo!... ¡Tú bien sabes que sí!... Y es por eso que huyo de aquí… Por no cometer la vulgaridad de enamorarme…

Chabela: Eso es palabrería… Y palabrería eres todo tú… Palabrerías fueron tus promesas y palabrerías tus disculpas…

Rafael: No, prima… Si yo te hablé de amor fue porque en realidad lo sentí. Pero fue un amor para dicho, un amor pequeño comparado con el amor silencioso. Ese amor que paraliza la lengua, para dejar hablar solamente al alma que se transparenta en los ojos…

Chabela: No… si la tonta fui yo para creerte… No sabía que había un amor para decirlo y otro para callarlo…

Rafael: Sí… los hay; y algunas veces se confunden: el amor grande habla y el amor pequeño enmudece… Ahora está hablando el verdadero amor… Sí, Chabela, yo te quiero mucho… créemelo… y es por eso que me voy…

Chabela: Tú te vas porque se van los payasos… y con ellos aquella mujer. Pero no le eches la culpa a mi cariño, que si es verdad que hay un poco de amor, eso no te empuja a huir…

Rafael: Me voy porque soy un cobarde… (Pausa. Mutis lento de Chabela). “Y a pesar de toda mi hambre de ternura… Cerrando los ojos la dejé pasar”…

Sinforosa: (Entrando con un ramo de flores). Güenas tarde…

Rafael: Buenas… ¿Para quién son esas flores?...

Sinforosa: ¡Pa naiden!...

Rafael: ¿Ha venido alguien a buscarme?

Sinforosa: Naiden…

Rafael: ¡Qué diablo!... Ese payaso capaz sería de no venir… Si alguien viene le dices que pase…

Sinforosa: ¿Ehh?...

Rafael: Que pase… que estoy aquí…

Sinforosa: ¿Onde?

Rafael: Aquí…

Sinforosa: Güeno…

Rafael: ¿No han traído alguna carta?...

Sinforosa: Niuna…

Rafael: ¿Nadie ha preguntado por mí?

Sinforosa: Naiden… (Mutis después de arreglar las flores).

Rafael: (Asomado a la ventana del camino). ¡Qué cobarde soy!... La vida quieta me asusta… ¡y me atrae!... ¡Malditos caminos sin rumbo que me llamáis en la lejanía de los campos!... ¡Malditas vereditas que atravesáis el mundo sin llevar a ninguna parte!... ¡Por esos caminos polvorientos je dejado correr mi vida como una loca… y ahora siento una angustia al verlos!... ¡Caminos sin fin!... ¿a dónde lleváis?...

Don Ramón: (Entrando). ¿Qué es eso, Rafaelito?... ¿Es verdad lo que me dicen?... ¿Es cierto que te vas?...

Rafael: Desgraciadamente sí… Hoy salgo… Espero que el payaso venga a buscarme.

Don Ramón: No… no… Esa es una locura… Tú estás chiflado… sí, sí… ¡chiflado!...

Rafael: Abuelo… No… Estoy cuerdo… Y por eso me voy y por eso me alejo y por eso sigo viviendo como antes…

Don Ramón: ¡Bah!... ¡Bah!... ¡Paparruchas!... ¿Te desconozco, nieto… Tú… el Caballero de Gracia, hablando tan ceremoniosamente?...

Rafael: Abuelo… el Caballero de Gracia está triste…

Don Ramón: Vamos, deja ese tono a un lado y hablemos francamente… ¿Por qué te vas?...

Rafael: Me voy… porque estoy enamorado…

Don Ramón: ¿De quién?... ¿De la titiritera?...

Rafael: ¡No!... ¡no!...

Don Ramón: ¿De doña María?...

Rafael: Vamos, abuelo… No bromee… Quiero de todo corazón a mi prima… y como casarme con ella sería una insensatez… ¡he resuelto marcharme hoy mismo!...

Don Ramón: ¡No seas papanatas!...

Rafael: Sí, abuelo… Yo soy demasiado poco para ella… Ella es demasiado buena para mí… ¡Yo siento en mi sangre la divina locura de andar!... ¡No!... ¡no!... Si no puede ser abuelo… Créamelo… A veces me dan ganas de quedarme, de hacer una vida ordenada… de vivir con ustedes, de levantarme temprano… de trabajar mucho… de casarme con mi prima y de vivir únicamente para ella… Pero luego me asaltan los temores de olvidarla… de volver a la vida antigua… de emprender una aventura deschabetada, y entonces siento miedo de quedarme… y entonces prefiero irme, continuar esta vida viajera, sin sentido y sin preocupaciones…

Don Ramón: Lo dicho: eres un palangana… Tú te quedas aquí. Tú vives con nosotros: Tú trabajarás en el campo… Tú quieres a mi Chabela y ella te quiere a ti… Ustedes se casarán…

Rafael: ¡Abuelo!...

Don Ramón: Lo dicho: se casarán… Yo seré el padrino… Nada… nada… Eres todavía un niño… Y eso es lo importante… No faltaba más… ¡No hay réplica!... En dos meses más haces la locura definitiva: te casas.

Sinforosa: (Entrando). Don Rafael: un caballero largucho, flacucho y feucho predunta por usted…

Rafael: El payaso… Dile que pase…

Sinforosa: (Gritando). ¡Paselé!... ¡Paselé!... Parece que juera gringo… No entiende cuando le hablan claro… ¡Paselé!... ¡Paselé!...

Don Ramón: ¿Has visto qué mujer?... ¡Es un parche roso!... Créemelo, Rafael, cuando me dijeron que te ibas, sospeché que era por no ver a este pajarraco… y hasta a mí me dieron ganas de irme también… ¡Yo no sé por qué Dios pierde el barro haciendo tinajas!... ¡Cuando con el mismo material podía fabricar mujercitas archisupergrandiosas! ¿No me hallas razón?...

Rafael: ¡Sobrada!

Don Ramón: Claro… A Dios no más se le ocurre perder una costilla de Adán haciendo a la Sinforosa… ¡Maldita sea!... Con lo caras que están las costillas ahora…

Payaso: (Entrando). Buenas tardes…

Rafael: Muy buenas… ¿No hay novedad?...

Payaso: Ninguna… Todos en la estación esperándolo…

Rafael: Bueno… En mi pieza tengo todo listo… Andando… (Entra a su cuarto. El payaso lo sigue, pero se detiene al saludo de don Ramón).

Don Ramón: Salud, señor… Con que esta tarde de viaje…

Payaso: Sí, señor… en diez minutos más sale el tren…

Don Ramón: Pues apurarse, que Rafael no ha de acompañarlo…

Payaso: ¿Cómo que no?...

Don Ramón: No, señor… Se queda con nosotros, aburrido de andar ladrándole a la luna…

Payaso: Pero, señor…

Don Ramón: Se acabaron los payasitos…

Rafael: (Saliendo). Abuelo… ¿qué hace usted?...

Don Ramón: Nada… que te quedas… que no te vas…

Rafael: Vamos, viejo… Eso es imposible… No puede ser…

Don Ramón: Lo dicho… ¿No quieres tú a mi Chabela?...

Rafael: Sí… con todo mi corazón… ya le he dicho que por eso me voy…

Don Ramón: Vamos, hombre… déjate de paradojas cursis… Tú te quedas y san se acabó… Convéncete, Rafaelito… Lo que tú haces no es vivir… La felicidad está aquí: en este caserón viejo, pero tranquilo… Eso de andar por ahí, a veces riendo, a veces llorando, es muy triste… El corazón se cansa de esa vida viajera y cuando quiere volver ya es tarde… ¡La felicidad ha pasado! Si yo también fui de esos locos volanderos, pero no me arrepiento de haber vuelto al redil… A los veinte años todos somos golondrinas, pero después, la pechuga también se no pone negra y nos transformamos en unos pobres tiuques que necesitamos de nuestra jaula tranquila parra poder vivir… ¿No es verdad, señor Tiuque… digo, Payaso?...

Payaso: Ha hablado usted como un libro… Mucho siento yo que don Rafael nos deje en medio del camino, pero me alegro, porque ha de ser para su felicidad; sí, don Rafael… La vida se hace muy pesada, cuando se anda por caminos muy largos…

Rafael: Sí… pero ella… ¿qué dirá?... Etelvina…

Don Ramón: ¡Bah!... ¡bah!... Tú no la quieres… Tú no estás enamorado de ella, lo que a ti te atrae es la carpa bohemia, y basta ya de carpa… ¡que cuando se nos viene el invierno encima, más seguro se está en un caserón que en una tienda de trapo!...

Payaso: ¡Justo!... Además, ella tampoco lo quiere a usted… Claro que no se puede querer en nuestra vida… ¡No hay tiempo para pensar en nada seriamente!... Lo que ella le agrada, es tener un admirador de nombre y de lustre… como usted… con lo cual dar envidia a sus compañeras… pero eso no es amor, ¡eso es aureola!... Créame, don Rafael… No lo quiere, no lo quiere… ¡Créame que le habla un maestro de la farsa, que ha vivido con ella y que ha dado su vida por ella!... esta es la primera vez que hablo sin careta… ¡Quédese, don Rafael!... ¡Quédese! (Dan las seis en el reloj). ¡Caray!... ¡Las seis!... Me voy corriendo… Hasta luego don Rafael… Que se usted muy feliz, y no se olvide nunca de este viejo payaso que ha sabido quererlo…

Don Ramón: Venga esa mano… ¡No merecía usted ser payaso!...

Rafael: Adiós, viejo… adiós… Muchos saludos para todos… (Lo acompaña a la puerta). Aquí dejas un buen amigo… ¡un payaso fracasado!... (Mutis payaso. Pausa). Abuelo… ¡Tengo pena!...

Don Ramón: ¡Bah!... Tonterías… Es la pena que se siente cuando se va algo, bueno o malo, para no volver jamás… ¡y no acordarse más de esto! Y ahora, a concluir el retrato de mi Chabela… ¡Chabela!... ¡Chabela!...

Rafael: No… no… No la llame usted…

Don Ramón: Vamos, no seas niño… ¡Chabela!...

Chabela: (Apareciendo). ¿Me llamaba, abuelito?...

Don Ramón: Yo no… El que te llamaba era Rafael… para concluir el retrato…

Chabela: (Dudando). ¿Rafael?...

Rafael: Sí, prima… Yo, que no me atrevía a gritarlo con toda mi fuerza… ¡Chabela: te quiero!... ¡Te quiero con todo mi corazón!...

Chabela: No… eso no puede ser; tú me dijiste que esta tarde salías de casa…

Don Ramón: Vamos, tonta… No te hagas la regodeona. ¡Miren ésta ahora!... No temas, que los payasos se han ido…

Rafael: ¡Y para siempre!...

Don Ramón: El gavilán se queda entre nosotros… Le hemos cortado las alas y con esas plumas hará su nido… (Rafael y Chabela se miran en silencio). Bueno, basta ya de miradillas… ¡Al retrato!... ¡Al retrato!... (Sienta a Chabela en la silla que da a la ventana. Rafael, como un autómata, arregla los útiles).

Rafael: Así, prima… Mirando para acá… Sonriendo…

Don Ramón: Alegres, muy alegres…

Chabela: (Haciendo una sonrisa fingida). ¿Así?...

Rafael: Sí… sí… más levantada la cabeza…

Don Ramón: (Tomándola). Arriba la barbita… y sonriendo… ¡siempre sonriendo!...

Rafael: (Principia a pintar sin ganas. Se oye fuera, distante, la murga del circo que se aleja). ¡Los payasos se van!... ¡Los payasos se van!...

FIN DE LA COMEDIA

¡POBRE GRINGO! / HUGO DONOSO






Llegó una tarde a la casa del administrador de la hacienda pidiendo trabajo. Era un mocetón fornido, rubio, de ojos claros. Hablaba difícilmente el chileno. Apenas se le pudo entender que venía de muy lejos, que tenía cansancio, y que tenía hambre. Había andado mucho por esos caminos sin rumbo.

Como era época de cosecha y el trabajo abundaba, fue fácil darle una ocupación. Sería un peón más para la siega. Esa misma tarde el administrador lo presentó a la cuadrilla.

– Aquí tienen a este gringo pa que los ayude. No me pregunten cómo se llama porque tiene un apelativo tan rarozo que parece un lairío de perro loco.

Desde esa tarde todos llamaron al nuevo compañero “El Gringo”. Nada más que “El Gringo”. Nadie trató siquiera de averiguar su nombre y de saber de dónde venía y para dónde iba. ¡Pobre gringo: fue uno de tantos que siempre llegan! ¡Que siempre son forasteros!

Desde el primer momento fue recibido con frialdad. Los peones vieron en él a un extraño que venía a arrebatarles el trabajo. A una boca más que quería comer.

El gringo no pareció darse cuenta de esta hostilidad sorda que lo rodeaba. Siempre solo, callado, rumiaba entre dientes una canción de su patria lejana.

Trabajaba desde el amanecer; después, al caer la tarde, se dirigía al despacho de la hacienda, se sentaba en una mesa del rincón y pedía una copa de cerveza.

Allí pasaba las horas lentas, con la cabeza apoyada entre las manos y con la mirada fija en la copa de licor.

¡Parecía soñar despierto! A ratos, levantaba la mirada y la clavaba angustiosa, humilde, en los ojos negros y profundos de la muchachita que servía detrás del mesón. Era la hija del vaquero del fundo, una mujercita coloradota, de largas trenzas negras y de boquita risueña. Ella era la que servía el negocio. Los peones la trataban con cierto respeto y a veces, cuando le decían alguna galantería demasiado grosera, ella se ponía muy seria y hacia un gracioso respingo con la nariz.

– Venaiga, ya se enojó la Carmelita. Tan requete delicá que lan de ver. Como si no juese cierto que Antonio anda tonto por esa carita que es una breva maúra…

Y era verdad lo que el peón decía. Antonio, el capataz de la cuadrilla, era quien cortejaba a la muchacha. Nadie se había atrevido a disputársela. ¡Era muy hombre! Había corrido mucho mundo y había hasta peleado en la guerra. ¡Ay de aquel que se hubiera atrevido a poner los ojos en la Carmelita!

El despacho estaba lleno de trabajadores. El gringo, como de costumbre, solo, mirando fijamente la copa de cerveza como si quisiera ahogar su mirada angustiosa en esa bebida amarga y negra.

Todos bebían tranquilos, Carmelita conversaba alegremente con Eleuterio, uno de los peones de la hacienda.

– Oiga mijita. ¿Cuándo es el casorio?

– Pa Mayo.

– Ya… Ya… como si Antonio no tuviese nafta o ganas de atracarle el bote… ¡Por la madre los rotos con suerte! ¡Ay, quien fuera Antonio!

En ese momento el gringo levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente a la Carmela.

– Oiga, gringo de agua durce. No me la mire tanto con esa cara e laucha entumía que me la puee poner fea.

Estalló en los corrillos una risotada y todos se volvieron a mirar al gringo.

– Venaiga con el aniñao. Ya se templó de la Carmelita… No se apequene iñor. Si es tan gallito mire frente a frente, cara a cara. A Antonio no se la juega nadien. Menos un gringo cara e palo. Hay que amarrarse los pantalones pa juárselas a un roto chileno.

El gringo se levantó bruscamente de su asiento, dio un fuerte puñetazo en la mesa, clavó su mirada como un puñal en el rostro de Eleuterio y en actitud provocativa le quedó mirando fijamente. Parecía otro. Al verlo así, tan fiero, daba miedo. Y Eleuterio lo tuvo, cambió de actitud y para echarlo todo a la broma exclamó:

– Estos gringos son como de resorte. Parecía una diuquita y ha resultao un novillo bravo. Venaiga iñor, no sea mañoso… Asiéntese… Si yo no igo ná.

Y para que todo terminase alegremente, se alejó cantando:

Venaiga con el gringo
cogollito de viento norte
que se alarga y que se achica
y se quea el mismo porte…

Todos estuvieron a punto de soltar una carcajada, pero la mirada fría y constante del gringo les heló la risa en los labios. Todos se quedaron serios, comentando el hecho en voz baja. Y el gringo como un autómata, pidió otra copa de cerveza y se quedó mirando fijamente a la muchachita de las trenzas negras y de los ojos profundos, que le sonreía maliciosamente detrás del mesón…

Desde ese día para nadie fue un misterio el amor desesperado y silencioso que el gringo sentía por la Carmelita. Los peones empezaron a murmurar:

– ¡La Carmelita también lo quiere! Cuando le sirve la copa de cerveza lo mira de una manera muy rara.

– ¡Cierto, muy cierto, la Carmelita miraba al gringo con una mirada triste: como con pena, con lástima, con cariño!...

Era lo que faltaba, que el gringo no sólo comiese de sus tierras, sino que se llevase la mejor muchacha de la hacienda. No, no. Eso no podría ser. Ya se las vería con Antonio.

Fue un día sábado por la tarde. Día de jolgorio: pues era día de pago. El despacho estaba lleno de trabajadores, que ahogaban las penas de la semana en espumeantes “potrillos” de chacolí. Había un ambiente de alcohol. Murmullo, rencores, copas que chocaban y en todos los rostros una pregunta.

¿Qué sería del gringo?

– No viene, decía uno, porque es un cobarde. Como sabe que está aquí Antonio.

Y en verdad, allí estaba Antonio, alegre, demostrando con sus risas que era todo un valiente. Hablaba en voz alta.

– Oiga Carmelita, ¿qué es de gringo? ¿Es cierto que se murió e susto? Igale que venga, que no sea cobarde… Tengo unas ganas de dar bofetá… Me comen las manos… No le he pegao nunca a un gringo… Icen que quea en los deos gusto a durce e membrillo…

Todos reían y Carmela inquieta, atemorizada, rogaba para sus adentros que esa tarde el gringo no viniese. ¡Señor!: murmuraba. Que no venga, que no venga.

De repente apareció en la puerta su figura esbelta y fornida. Saludó a sus compañeros, los miró fríamente y, tranquilo, sereno, atravesó por entre todos y fue a sentarse a su mesa de costumbre.

Clavó su mirada honda en los ojos de la Carmelita y en seguida pidió su copa de cerveza…

Se hizo un silencio aplastante y frío. Los vasos dejaron de chocar. Los ojos se fijaron curiosos en Antonio, luego en Carmelita que, asustada y temerosa, llevaba hacia la mesa del gringo la copa que le había pedido.

De súbito, Antonio se levantó airoso, provocativo, dio una fuerte manotada al vaso y lo hizo rodar por la mesa…

Fue un momento de expectación…

– Toma, gringo huacho… sinvergüenza… perro… atrévete conmigo.

El gringo, como una fiera herida, dio un salto y clavó sus ojos de tigre acorralado en los de Antonio. Éste se le fue encima; el gringo retrocedió, trémulo, vibrante, crispó sus manos, lanzó un rugido de odio y de un feroz puñetazo hizo caer a Antonio por los suelos. Éste, se levantó rápido chorreando sangre y de un salto cayó sobre los hombros del gringo. Los peones retrocedieron espantados; hicieron un círculo y sus ojos hambrientos de tragedia se clavaron ansiosos en esas dos fieras humanas que aullaban, se mordían, se revolcaban por los suelos, sedientos de sangre y de odio.

Era un espectáculo bárbaro.

– ¡Cómete al gringo! ¡Cómetelo! Rugían los peones.

Mientras tanto, Carmelita miraba al techo angustiada como pidiendo socorro. ¡Ella era la única que rogaba por le pobre gringo!

La lucha era terrible, macabra, emocionante. A los pocos momentos se vio la superioridad del gringo. ¡Era más hombre y más robusto!

Los peones seguían aleonando a Antonio.

– ¡Cómete al gringo! ¡Cómetelo!

Hubo un momento de espanto. Antonio estaba vencido. Pero de repente se vio que éste sacaba de su cintura una hoja brillante y luminosa. Era el corvo, el trágico corvo. El compañero inseparable, el que transforma a nuestro roto en héroe o en bandido. Y esta vez, Antonio se transformó en un bandido. De un golpe traicionero hundió el puñal en el vientre del gringo. Éste lanzó un grito de angustia. Un rugido, mitad blasfemia, mitad oración y cayó de espaldas.

¡Muerto! ¡muerto! Antonio se levantó tambaleando como un cobarde. Limpió la hoja del puñal y se perdió para siempre.

Los demás peones se quedaron espantados mirando el cadáver del gringo cubierto de sangre. Allí estaba él con los ojos muy abiertos, mirando como siempre muy hondo, muy triste, a la Carmelita que detrás del mesón lloraba desesperada, como una loca, la muerte del gringo, de ese pobre gringo que la había sabido querer y que ella también quería. Sí, lo quería mucho, con miedo, con pena, con angustia…

¡Pobre gringo! Allí estaba él, muerto, mirándola con esos ojos tan claros, tan buenos…

Y nadie sabía cómo se llamaba, ni de dónde venía ni para dónde iba. ¡Allí quedó él para siempre jamás!

Y los labios de la Carmelita murmuraban como en una oración: ¡Pobre gringo!... ¡Pobre gringo!



La Nación, 31 de julio de 1921