Hubo una vez en Chile un hombre que no tuvo enemigos.
Se llamaba Hugo Donoso.
Era alegre, dicharachero, bondadoso, de nobles sentimientos y caminaba siempre con la alegría a flor de piel.
¡Era leal!
Vivió en la época de oro de Chile: la de las Fiestas de los Estudiantes con disfrazados y serpentinas; carros alegóricos y comparsas; cuando Pepe Martínez, Pedro J. Malbrán, Carlos Cariola y Gustavo Campaña se iniciaban en el teatro dando animación al circo universitario. Había Juegos Florales en la Universidad y Baile de Disfraces en el Club Hípico. Y la política foránea aún no enemistaba a los chilenos.
Sabía pensar alto y sentir hondo y era, además, un muchacho enamorado de la vida.
Escribía en las recordadas revistas “Correvuela” y “Sucesos” y a la sala de redacción de dichos semanarios siempre irrumpía con desparramada alegría.
Se había hecho querer por los hombres de prensa y de teatro. A los 14 años ya había publicado sus primeros artículos periodísticos y a los 19 se seudónimo “Hugonote” era bastante conocido.
Era rubio, estaba de novio y tenía hermanas. Había nacido el 5 de febrero de 1898.
El 20 de julio de 1916, cuando tenía 18 años, don Manuel Díaz de la Maza le estrenó su primera y única obra: “Los payasos se van”, que fue un verdadero triunfo para el muchacho cuyo tema fue llevado al cine posteriormente, por Pedro Sienna, procediendo a su estreno el 17 de mayo de 1921 en el teatro Victoria, cuando el autor ya había fallecido.
En el tema se observa su alma de bohemio al ofrecer a un muchacho que llega a su pueblo aparentemente para visitar la casa de su infancia en la que miran su abuelo con su hija y su nieta. Pero el afán del estudiante de Bellas Artes no es otro que la persecución que viene haciendo a una trapecista del circo que acampa en dicho pueblo.
Se alegran los familiares, la nieta se enamora del bohemio y éste le hace un hermoso retrato. Pero, al replegarse la carpa el estudiante guarda sus pinceles para seguir, tras la caravana del circo. Mas, el abuelo tiene una conversación con el muchacho en la que le hace ver que no está enamorado de la acróbata, sino de su nieta Chabela, del viejo caserón provinciano donde se disfruta de patriarcal y santa paz.
Al día siguiente del estreno del filme, “Las Últimas Noticias” destacó que “en las escenas de la vida bohemia santiaguina se observan las populares figuras de Rafael Frontaura y Víctor Domingo Silva y en las galerías del circo a Armando Moock”.
Un domingo de octubre varios muchachos de teatro y prensa salieron después de un estreno y decidieron comer juntos alejados del centro de la ciudad. Por esa época la ciudad estaba rodeada de lugares de recreo. No había tanta edificación. Todo era semirrural. Nuñoa tenía la Quinta Roma, situada en Avenida Ossa, que por entonces se llamaba Tobalaba. Eran siete y pese a tener tanta nombradía no tenían autos, por lo que decidieron subir a dos taxis. Partieron hacia su destino. Hacia los campos llenos de estrellas y fragancias salvajes de flores y tierra mojada. Al aproximarse a Los Guindos, los tranvías pasaban vacíos y las casas ya habían cerrado sus puertas y al paso de los autos los perros ladraban desde la distancia. De trecho en trecho un ciclista cruzaba frente a los focos.
Al llegar al portón de la Quinta, éste permanecía cerrado. El auto en que viajaba Hugo Donoso se detuvo al frente, sobre la línea del tranvía. El chofer descendió y fue a llamar. Pronto se encendieron las luces.
Sin embargo, los dados estaban echados. El tranvía que venía a Santiago se anunciaba con su foco amarillo. Al contemplar a la distancia que nadie lo esperaba, el maquinista lo dejó correr y fue a sentarse a conversar con el cobrador. Lo hacían habitualmente todos los empleados de esa línea después de las veinte horas.
La puerta iba a ser abierta y el tranvía corría. El chofer esperaba ansioso para entrar al auto. Tampoco podía retroceder porque el otro estaba muy cerca y le faltaba espacio.
Se produjo el choque. Fue monstruoso. Horrible. El automóvil arrastrado por el tranvía fue a dar a una acequia. A Hugo Donoso lo reconocieron por un manojo de cabellos rubios.
Fue el 2 de septiembre de 1917. Había fallecido a los 19 años.
En 1918, Rafael Frontaura recopiló en un libro homenaje los 19 poemas escritos en su memoria y las 23 prosas, que señalaban el hondo pesar provocado entre la intelectualidad.
¡Y eso que apenas había vivido 19 años!
Las Últimas Noticias, 24 de Septiembre de 1979.
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