lunes, 29 de septiembre de 2008

HUGO DONOSO por Jaime González Colville

Estos días de fiestas primaverales, de perfumadas alegrías juveniles, nos trae el aleteo difuso del recuerdo de Hugo Donoso Gaete, aquel dramaturgo adolescente, escritor niño, que murió una tarde de 1917, en medio de la bulliciosa farándula bohemia de esos años.

Desaprensivo y risueño, Hugo Donoso –nacido en Santiago en 1898– dio tempranas muestras de su florido talento, derramando páginas de bella prosa en los periódicos de aquella época: alternó la pluma con la chispeante champagne de la despreocupada bohemia del 900; fue alumno de don Samuel Lillo en el Instituto Nacional. “Alegre, juguetón y ocurrente –diría después el gran poeta– era el centro del grupo bullicioso del curso. Su buen humor salpicado de finas ironías se desbordaba en los trabajos literarios presentados en mi clase”.

Sí; Hugo Donoso bebía ansiosamente la vida; en medio de la música y las risas, giraba su bastón y relampagueaba su clavel rojo; en la medianoche azul, como un trasunto de su alma, tamboreaba una copla, que era su enseña favorita:

“Yo quiero que mi ataúd
tenga una forma bizarra:
la forma de un corazón,
la forma de una guitarra”

Era un remolino de vitalidad: repetía como un lema, una frase usual en él: “La vida es buena, la vida es alegre”.

No alcanzaba todavía los 17 años, cuando se estrenó (1916) en el Teatro Royal su comedia “Los Payasos se Van”, por la Compañía de Manuel Díaz de la Haza; el título era una sonrisa velada por inefable nostalgia. “Es una obra sentimental –dijo don Samuel Lillo– a pesar de toda su apariencia de despreocupación y de ligereza”.

El éxito lo iluminó; la esquiva musa de las letras besó su frente en plena adolescencia, en medio de la noche, del brindis, de la risa y la música.

Utilizaba un seudónimo famoso: Hugonote; bajo esa firma con algo de heresiarca, componía pulcros y frívolos artículos. En los crepúsculos, en el embrujo de las luces, se abría su alma de noctivago y, en cabalgata de corazones, partían a buscar el alma de la medianoche con Armando Moock, Jorge Délano (Coke), Antonio Orrego Barros, Orrego Puelma y otros; en los amaneceres, por las calles vacías del viejo Santiago del 900, como una estrella de tonos plateados, chispeaba la copla de Hugo Donoso:

“Yo quiero que mi ataúd...”

Murió así, en medio de la risa y la broma y en camino a una nueva bohemia de un día domingo de 1917; un lucido automóvil, un carruaje pintoresco de esa época romántica, corría por Avenida Los Guindos, entre gritos y carcajadas; un tranvía, que viene en sentido contrario, salta de su vía y arrolla al coche: allí quedó el cuerpo del pobre Hugo Donoso, entre los de sus acompañantes, helada su sonrisa y abiertos sus ojos al último resplandor de su postrer noche de juerga.

Al día siguiente, la caravana (1) que llenaba de algarabía las avenidas capitalinas de principios de siglo, acompañó silenciosamente los restos del malogrado y promisorio escritor al Cementerio General; allí habló el veinteañero Armando Moock, con su voz llorosa y acento rebelde e impotente: “La risa era tu arma de defensa en las adversidades; con un optimismo inmenso amabas la vida e ibas por el mundo locamente, pregonando su belleza.

Murió la alegría, los bohemios están tristes, los payasos se van…”

Sin embargo, aún quedarían huellas de su quehacer literario: por los días de su muerte, “Zig Zag” había convocado a un concurso de cuentos; entre las composiciones enviadas, apareció una titulada “Pobre Gringo” que mereció mención honrosa*; la firmaba un seudónimo sugerente “Recuérdenme” (escrito en inglés); abierto el sobre, correspondía a Hugo Donoso; Inés Larraín (Iris) habló conmovida del desventurado escritor: “El arte es un acumulador de tiempo, Hugo Donoso ha venido del País de donde ningún viajero vuelve, según el Poeta, a decirnos que vivimos siempre en nuestros sueños”.

Queda de él una fotografía, donde está con ancha sonrisa, jocunda, robusta de vida; en su mano un bastón y sobre su cabeza un sombrero de alegan, símbolos de aquella bohemia ida para siempre; como epitafio, bien vale esta estrofa que él lanzara al viento:

“Yo quiero que mi ataúd…”

(1) Esa noche de 1917, era también de la partida Jorge Délano (Coke) –que aún vive, octogenario– pero un ineludible trabajo para una revista en la que dibujaba, le impidió agregarse a la alegre comitiva; al día siguiente se impuso del accidente, que costó varias vidas de jóvenes, además de la de Donoso: a sesenta años de ese suceso, el ánimo de Coke todavía se consterna al evocar la luctuosa muerte de su inolvidable amigo.

* El concurso de cuentos fue organizado por el Diario La Nación durante los meses de mayo y junio de 1921. Y el cuento de Hugo Donoso se publicó el 31 de julio de 1921 en la portada del periódico junto a un texto de la crítica literaria Iris.

Villa Alegre, Noviembre de 1977.
La Prensa, Curicó, 8 de Diciembre de 1977, p. 3.

No hay comentarios: